5 de marzo de 2015

VIAJE AL CORDÓN
 

Hay ciudades que guardan un recuerdo tan importante que uno sabe que no puede volver. A veces uno deja pasar decenas de años y ya no resiste y vuelve, o mejor, se deja ser llevado de la mano de quien comprende el recuerdo. Volver al lugar era algo casi imposible para el viajero. Pero por fin llegó el día en que deseó volver y ella no sabía decirle no. 

Cuando llegó la vida por primera vez, el viajero supo que ya no sería nunca el mismo y sintió un golpe de felicidad y de responsabilidad que sólo los jóvenes saben sobrellevar a fuerza de temeridad. Aquella ciudad significaba todos aquellos recuerdos, la felicidad de la vida estrenada y recibida como la luz que ve un ciego por primera vez. 

Nunca quiso volver, pero qué es la vida sino eso, un volver antes de decir adiós. 

Llegaron desde el río, desde el puente romano, el lugar dónde estaba la estatua del toro que representa una forma de entender la vida, el mismo rio que vio nacer al pícaro más célebre de la literatura española. Subiendo por las murallas llegaron al jardín en el que Calisto se enamoró al primer vistazo. Revivieron la escena en la que Calisto entra en el jardín persiguiendo a Melibea y empieza a desvariar. Le pregunta el criado ¿pero qué dices, tú no eras cristiano?. Y le responde, yo soy Melibeo. ¿Qué mejor definición del verdadero amor que dejar de ser uno y transmutarse porque sólo importa ella? Y como siempre, creyeron que las flores debían irse con ellos. Ellos con las manos llenas de espinas.

Luego llegaron tarde a todo porque ella quería regalarle un recuerdo dulce en forma de huevo y el viajero lo quería comer en el mismo lugar en que lo comió tantos años antes. 

Los dos hablaron de antes, de un ante en el que no coincidieron. Hay muchos antes y todos se parecen. Lo hicieron como se hacen estas cosas. A la vuelta tuvieron que coger aire ante las murallas iluminadas de otra ciudad. Hablar de los antes no es fácil y para reconfortarse se dejaron helar por la noche en el mirador de una montaña.

Claro que antes de irse tuvieron tiempo para tomar una café en una plaza que le recordó al viajero a otra plaza llena de música y buen café, pero tan pronto como lo recordó supo que a esa no podría volver, lo mismo que había dicho de esta ciudad, lo mismo que se dice por decir, porque nadie sabe nada de lo que haremos mañana. 

Pero una cosa sí que descubrió el viajero, que se vuelve a los sitios, pero no al momento vivido, ese momento se ha transformado y dentro de poco verá su propia luz, la luz que ven los ciegos por primera vez. Después de aquel viaje, ya no hubo para el viajero más luz que el cuidado, es decir, el cordón. Un cordón entre un padre y su hijo que no podrá cortar nada. Siempre es lo mismo, cuando se es hijo, cuando se es padre.
 
 


 

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