28 de abril de 2015

VIAJE AL INVIERNO DESDE UN DÍA DE PRIMAVERA

Era uno de esos días completamente primaverales. El jardín ya estaba todo en flor y los árboles repletos de hojas. Al amanecer ella se asomó a la ventana y se acordó de como deseaba estos días durante el invierno. Tras el desayuno cambió todos sus planes y le llevó al viajero tan al norte como le fue posible. No paró hasta volver a ver árboles sin hojas.

La primera parada fue a orillas del río del vino. Era una antigua ciudad con dos magníficas iglesias románicas. Este fue el primer paso, el segundo fue el vino. Se encontraron con un anciano, casi ciego por las cataratas, que les llevó hasta su bodega, una pequeña cueva horada en la roca de la montaña desde hacía siglos. Era una de las muchas que agujereaban la montaña y que se comunicaban entre sí con pequeños orificios en la roca para sacar al exterior los gases de la fermentación. En la cueva había una vela que se encendía a la altura de la nariz para comprobar que había oxígeno y no era peligroso pasar. Les dio a beber vino y les ofreció comer a su lado para curar su soledad.

Desde aquel pueblo se acercaron a ver una reserva de sabinas milenarias y siguieron el curso de un pequeño riachuelo hasta su nacimiento, una gran poza de agua que se comunicaba con una gruta subterránea. Paseaban por la orilla y no veían la primavera, pero todavía no era el invierno que ella quería. El viajero sabía que no habían llegado.

Siguieron el curso del rio y se adentraron en unas montañas solitarias repletas de pinares. Se perdieron entre carreteras que no aparecen en los mapas y descubrieron pueblecitos de apenas una decena de casas. En uno de ellos consiguieron que les diesen algo de comer para proseguir el viaje.

Más al norte se acabaron los pinares y se encontraron con grandes macizos de rocas. Anduvieron por un pasadizo de apenas unos centímetros de ancho que sobrevolaba un riachuelo encajonado entre rocas inmensas repletas de águilas.

Hacía frio, pero todavía no era invierno. Llegaron a uno de los antiguos monasterios en los que nació la lengua castellana. Les llovió como llueve en pleno invierno. Sintieron todo el frio del mundo. Se refugiaron en la iglesia del convento y escucharon cantos gregorianos.

Todavía quedaba algo de luz para proseguir el viaje al norte y parar en un castillo. Entonces ya no había ni plantas ni flores, sólo frio. Ya estaban en el invierno. Entonces el viajero pidió volver y ella condujo hacia el sur durante la noche. 

Al llegar a su jardín, ella se acercó a oscuras a sus lilas, las acarició, las olió, y mirando las sienes blancas del viajero supo a donde llega el camino del tiempo, el que va al invierno desde un día de primavera.
 


 

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