23 de diciembre de 2016

LA BANALIZACIÓN DE TODO O LA VIDA A TODA VELOCIDAD

La importancia que tienen los demás y la importancia que tenemos nosotros para los demás. 

Nada tiene la importancia que se daba pero algunas cosas sí que eran importantes.

Las costumbres han cambiado y todo tiende a banalizarse. Seguramente es el tributo que se cobra una sociedad que anda siempre con prisa y no tiene tiempo para reflexionar.

Lo vemos en todo. En la prensa, los artículos ya no tienen profundidad. No se reflexiona. Se da la noticia y poco más como si se supusiese que el lector no tiene interés en los detalles. Ya hay pocos profesionales periodistas que saquen el jugo a la noticia.

En la vida personal sucede lo mismo. Las relaciones de pareja o de familia se han banalizado. Si algo va mal no se repara. Lleva demasiado tiempo reparar y no siempre se arregla, mejor una separación, un dejarse de hablar, romper por lo sano con el vínculo familiar para ganar tiempo y simplificar. Eso es banalizar. A esto nos lleva no tener tiempo para zurcir los rotos y volver a reencontrarnos.

La relación de pareja en el pasado era un compromiso a prueba de bombas, de enfermedades, de miseria, etc. El que se metía en este compromiso sabía que no era algo de usar y tirar, que era algo serio, no algo trivial. 

Con el proceso de banalización, no todo el mundo necesita sentir algo, un poco de cariño, eso lleva tiempo y hay que desnudarse por dentro, mejor nos desnudamos por fuera que es más rápido y se tarda menos en volver a taparse si la cosa sale mal. 

La relación de pareja (con o sin lo que sea) banalizada pasa a ser algo insignificante. Una cuestión que no satisface ni el deseo de placer. Y no lo satisface porque la relación de pareja sin cortejo es como la comida rápida, que llena de momento pero que se prefiere olvidar. 

Es posible que en el pasado hubiese excesos en la fuerza de los vínculos de pareja y que muchas personas quedasen atadas a otras que les hacían la vida imposible. El resultado ha sido desdramatizar los vínculos y hacerlos más humanos, pero precisamente por eso, porque lo humano no es banal, sin importancia, es por lo que la inteligencia no lo digiere, como el estómago no lo hace con la comida rápida.

Y de vez en cuando se escucha a algún cerebro quejarse (y es que los cerebros tienen razón) de que nada es tan banal como se quiere hacer que parezca, por eso muchos de los que andan con banalidades acaban en el diván de un siquiatra diciendo que les falta algo importante en su vida, que todo lo que tienen es desechable, banal.

Nada banal se quiere recordar, como la comida rápida. Si hay algo que se recuerda en cualquier relación entre personas es lo que hubo de humano y de afecto. 

Eso sí que queda para siempre. De las banalidades sólo queda el deseo de no volver a restar importancia a lo que la tiene: la importancia que tienen los demás y la importancia que tenemos nosotros para los demás. 
 


 

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