4 de abril de 2016

VIAJE A LA HIJA QUE TODO PADRE DESEARÍA

El hombre que tiene una hija.

A todo hombre le gustaría tener una hija, una princesa que llenase de risas su castillo. El viajero no tuvo esa suerte, que es un capricho de la naturaleza, así que se quedó sin saber a la espera de una nieta.

Durante un tiempo corto pasó por la familia una estudiante de intercambio de uno de sus hijos.

Por la edad la niña podía haber sido su hija. Por su inteligencia, habría sido la hija deseada. Era políglota, alegre, viajera, con una mirada inteligente, pero sobre todo era una magnífica cocinera de dulces.

Cada noche, cuando el viajero volvía a casa, olía desde la puerta de entrada el aroma de los crepes, los pasteles, las tartas. Durante aquel tiempo sólo cenó dulces.

Descubrieron a la niña todas las ciudades antiguas, todas las montañas, el pequeño pueblo que es el centro de un universo. 

Ella lo descubrió todo con los ojos inocentes de la primera mirada, del asombro.

Bajo la estatua de Garcilaso de la Vega en la ciudad imperial les leyó uno de sus poemas:

"Elisa soy, en cuyo nombre suena 
y se lamenta el monte cavernoso, 
testigo del dolor y grave pena 
en que por mí se aflige Nemoroso, 
y llama "¡Elisa!"; "¡Elisa!" a boca llena 
responde el Tajo, y lleva presuroso 
al mar de Lusitania el nombre mío, 
donde será escuchado, yo lo fío"

Cuando la niña se fue se llevó toda la poesía, todos los crepes, todos los pasteles, todas las tartas, todas las noches de cenas dulces. 

Y así fue como confirmó el viajero que sólo había que envidiar una cosa en la vida, al hombre que tiene una hija.
 


 

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