¿CASARSE O NO CASARSE?

Casarse según edades. 

Surge el debate que plantean muchas lectoras de que a los 20, a los 30 y 40 rechazaban todo matrimonio, convivencia sí, pero nada de casarse

Luego vienen las malas experiencias, hombres que no se vinculan, que se escapan y entonces se encuentran con cierta sensación de tiempo perdido, e incluso de desprotección jurídica. 

Esto hace que a partir de cierta edad no se planteen otra relación que no sea la convivencia a través del matrimonio.

La opinión contraria es la de los hombres, el otro lado de la moneda, dice un lector: ¡has convivido con … y nunca te has querido casar con ellos para convivir, ahora me acabas de conocer y para convivir conmigo impones como condición!.

Ante el debate abierto, consultamos a una experta en relaciones humanas y nos dice que tal vez las respuestas no se encuentren en las estadísticas. “Y es un hecho que la sociedad con su alto nivel de complejidad nos somete a una presión que a menudo es difícil de metabolizar. Si ya en lo personal resulta difícil encontrar el equilibrio, por diferentes motivos, crear un sistema familiar podría aumentar esa complejidad con sus dificultades. A pesar de que la vida en pareja sea una tendencia natural en nuestra especie y con nuestra cultura. La vida en pareja requiere el despliegue de nuevas adaptaciones. Si la relación es suficientemente sólida y expansiva para los miembros de la misma, probablemente se dirigirá hacia la convivencia y en ocasiones al matrimonio que implicaría que la pareja ya existe en lo social, se muestra y se establece frente a los ojos de los otros en el grupo social de pertenencia,  mediante un rito, civil o religioso, dependiendo de las creencias. Pero como no es la única opción,  habrá personas que prefieran esa libertad de vivir en un no compromiso porque se sientan mejor así, aunque eso les suponga el que disfruten de menos derechos. Desde luego no es lo mismo un enlace con 20 años que con 40. A los 20 con la energía propia de la primera juventud, la disposición y la capacidad de riesgo seguramente serán más altas. Todo está por hacer con el prurito de la novedad y con la ilusión de crear un proyecto de vida compartido. 

Con 40 años las personas aportan un bagaje de experiencias vitales, han aprendido que tienen límites, que no pueden con todo. Poseen una conciencia mayor de la temporalidad, por contra de la sensación de inmortalidad en la juventud, y se les supone una madurez (si se tuviera, ya que esta no depende únicamente de la edad). La madurez de los cuarenta permite definir mejor las necesidades reales de la persona y eso incide directamente en la toma de decisiones de “establecer un contrato” o no y bajo qué condiciones. La energía no es la misma, y luego están las situaciones personales de cada uno de los miembros, hijos, padres, trabajo, u otras cuestiones, económicas, ideológicas, etc. Que se deben conciliar en beneficio del sistema relacional. Otra cuestión es cómo llegamos a esa edad, ¿Somos optimistas, o estamos decepcionados o exhaustos?. Porque lo cierto es que vamos perdiendo soldaditos en las batallas de la vida, y aunque queramos hacer borrón y cuenta nueva, a menudo podemos sentirnos desorientados e inseguros para afrontar un nuevo compromiso. 

Cuando después de todo lo vivido, uno se instaura en un supuesto equilibrio, en el que logra vivir dignamente, va a ser difícil que lo ponga en cuestión para modificar su estatus. Salvo que el matrimonio se plantee como la única opción posible, porque tu camino confluye con el del otro, y se vuelve necesario para los dos la presencia, la permanencia, el aunar energías y caminar en la misma dirección, entonces el matrimonio da paso a un proyecto vital que facilitará el desarrollo y la buena salud de la propia relación".