¿Disfruta de la
vida y de la música?
Sí, sí, de la vida
sí. La música es un tormento. El horizonte es muy lejano.
Nunca llegas. La perfección es imposible, el problema es que la
verdad no se alcanza.
¿Uno empieza a dejar de ser
joven cuando comprende eso? ¿Cuando en vez de buscar la perfección
se conforma con una verdad?
La verdad no existe tampoco. Se
van construyendo certezas, unas encima de otras, juntos, pero nunca solos.
Escucho discos de hace 20 o 30 años y no sé dónde
está la respuesta más auténtica a lo que he hecho.
¿Cuál me refleja mejor,
más fielmente?
No lo sé. Tampoco importa.
Somos personas finitas, no infinitas.
¿Es esa su idea de la trascendencia?
¿En qué cree?
Creo, pero no en un sentido católico.
Creo en que cada uno de nosotros tenemos una energía divina y que
al morir regresa al universo para poder formar parte de otras cosas. Esa
energía no muere nunca y será eterna, esta es nuestra eternidad.
Pero tampoco estoy seguro de esto. Como dice Macbeth: "Quien ha muerto
no resucita". Nadie ha regresado del otro lado. Cuando dirijo un Réquiem
de Verdi o Mozart siento una trascendencia. No puedo hacerlo sin creer.
Si no lo siento, ¿para qué lo hago? Cuando hablamos reflejamos
esa espiritualidad. ¿Por qué al morir nos volvemos pesados
como el mármol y nos despedimos de nuestra ligereza? De repente,
nos transformamos en piedras. ¿Por qué? Porque hemos liberado
el hálito divino y este vuelve al universo. Son estas cosas las
que me hacen pensar. La creatividad no son dos y dos son cuatro. Es otra
cosa.