EL VIAJERO. Geografía íntima.

VIAJE A UNA ALDABA

todas las puertas tenían dos aldabas ...

A veces se abre únicamente la mirilla de la puerta y se pregunta ¿qué ofreces para que abra la puerta?. Esto no lo podía aceptar el viajero, ya no era algo natural, como son los sentimientos, es una permuta, una negociación. “Si es a cambio de nada, sigo con lo que tengo, a cambio de algo, a lo mejor acepto”. Cuando se sigue con lo que se tiene, cuando sólo se renuncia a cambio de algo, es porque se valora más lo que se tiene que lo que viene. 

La puerta se abre o no se abre, sin condiciones, sin expectativas, cuando no se abre hay que aceptar la realidad, se prefiere lo que hay dentro, y esto es lo que no podía comprender el viajero, que prefiriese lo que había a la aventura de lo que puede venir. 

Sólo había un momento para abrir la puerta, en el primer instante de la llamada, cuando ninguno de los dos sabía nada del otro, cuando todo era riesgo, cuando no había ningún interés. Después de este momento es tarde ...

Empieza el viaje a una aldaba.

Paseaban por un pueblecito medieval perdido en las montañas del norte, y el viajero se fijó en que todas las puertas tenían dos aldabas, esas piezas de metal que se ponían en las puertas para llamar. El viajero siempre se fijaba en los detalles, no podía evitarlo, seguramente es una cualidad de los solitarios. 

Una aldaba en lo alto y otra al alcance de la mano. Cada una tenía su propio sonido, para que se supiese quien llamaba a la puerta. La aldaba alta se tocaba por los que iban a caballo, los caballeros, la otra, los villanos. Pero el viajero veía otra aldaba, la albada que fija el ritmo de las cosas, la aldaba del tiempo …

El caballero llamó y llamó, y la puerta no se abría y el viajero siguió su camino, solo, con miedo, temeroso de volver a llamar a una puerta que no se abriese para recibirlo todo, una puerta cerrada por el que sólo viene a llevarse, sin que ella supiese nunca distinguir entre el caballero y el villano, entre el hombre y el que no merece ser llamado hombre.

Y el viajero se fue pensando si tenía razón Borges cuando decía que las aldabas son inútiles, seguramente lo son cuando dentro vive una preciosa mujer sorda a las aldabas de lo alto. 

Y se fue como se van los caballeros después de haber tocado a una aldaba que no se quiere escuchar, recordando el poema de la aldaba, “ahora estás en mí”.
 


BUENOS AIRES
Jorge Luis Borges

Antes yo te buscaba en tus confines
que lindan con la tarde y la llanura
y en la verja que guarda una frescura
antigua de cedrones y jazmines.

En la memoria de Palermo estabas,
en su mitología de un pasado
de baraja y puñal y en el dorado
bronce de las inútiles aldabas,

con su mano y sortija. Te sentía
en los patios del Sur y en la creciente
sombra que desdibuja lentamente

su larga recta, al declinar el día.
Ahora estás en mí. Eres mi vaga
suerte, esas cosas que la muerte apaga.
 


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