EL VIAJERO. Geografía íntima.

VIAJE A LA MAR.

Sólo hay unos viajes que jamás se olvidan, son los viajes de la adolescencia.

Seguramente fue el primer viaje que el viajero hizo solo. Era un crio, un quinceañero que tuvo que correr a su casa a pedir permiso antes de poder irse.

Paseando por la playa habló con unos pescadores. Eran hombres muy curtidos, con manos amplias llenas de cortes. Estaban preparando las redes para salir de pesca durante toda la noche. Les pidió, les suplicó que le llevasen con ellos. Accedieron con la condición de que se abrigase mucho. El viajero adolescente no lo podía comprender, era pleno verano en el sur.

La noche fue heladora, les vio trabajar como nunca ha vuelto a verlo. Cuantas estrellas, cuantas estrellas. 

Le entretuvieron con un par de sedales. Pescó dos congrios inmensos con los que no podía. Daban latigazos eléctricos en la cubierta. Pescó dos seguidos, pero no los dos a la vez. Años después leería que cuando se pesca a la hembra el macho se enrosca a ella para unir su destino.

Amaneció y descargaron la carga en la lonja. La subasta de pescado fue una miseria. Sobró algo de pescado que se repartieron y al viajero le dieron una parte como si fuese uno de ellos. El viajero no supo impedir su generosidad.

Le desembarcaron en una playa de paso cercana a su paso. Vinieron los guardias hasta el bote que le acercó a la orilla. En aquella época no había mayores problemas, era un niño. 

El viajero nunca olvidó aquella noche, quizás olvidó que le pidieron que algún día debía escribir lo que vio: miedo a morir en medio de la mar fría y oscura. 
 
 
 

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