VIAJE A UNA BRUJA POR UN INQUISIDOR VOCACIONAL Que a los inquisidores les gustan las brujas no es ningún secreto. Que a los inquisidores les gustan las brujas no es ningún secreto, sobre todo por el debate intelectual, es que con las no son brujas no hay debate. Pero es que esta bruja era muy lista y nada más verle en el baile le adivinó que en el bolsillo llevaba escondida una botellita de desinfectante purificador de brujas. El viajero tuvo que sacarlo del bolsillo, compartirlo caballerosamente con ella, y comprobar que no hacía efecto. ¿Estará caducado o es que es muy bruja?, se preguntó el viajero inquisidor. Empieza el viaje de un inquisidor vocacional a una bruja sin vocación de bruja. Cuando fueron al recital de poesía ya era tarde, pero el viajero sabe que lo que más odian las mujeres es que se las meta prisa, así que fueron a su ritmo y cuando llegaron estaba todo lleno pero quedaba un hueco en unas escaleras. Se sentaron en las escaleras escuchando a un caballero poeta que se quejaba de sus achaques de espalda y que era una fotocopia del padre de ella, la bruja. El viajero tomaba notas sueltas en una hojas y en las otras la dibujaba sentada en la escalera, con sus piernas interminables cayendo por aquella escalera. Y todo iba bien hasta que el poeta leyó un poema que decía “frio desdén”, y el viajero lo escribió en su cuaderno y se lo dio a leer a la bruja. La bruja reconoció el sentido … Esas son las palabras con las que Delibes, en su Hereje, describe la actitud del hereje que está siendo quemado y que nada, que el hereje ni se arrepentía, ni dejaba traslucir su sufrimiento, nada, le martirizaba al pobre inquisidor con su frio desdén. El hereje, de Miguel Delibes¿No me digan que no era peor el hereje que el pobre inquisidor con sus cerillas?. Qué pena de inquisidor, con tanta vocación, quemando a su bruja y todo para nada, para que ella no le haga ni caso y sólo deje ver un frio desdén. Así que se fueron a cenar, bueno a tomar algo, porque habían decidido no cenar hasta que ella dejase de ser tan bruja, y volvieron paseando porque tenían que hablar y estas cosas en un taxi no se hablan. Y ella le dijo que los inquisidores deben ser perdonados por no ser conscientes de que el mundo no es ni será como ellos quisieran que fuera. Y añadió que el desdén es una pose, por eso parece frío por fuera, pero que por dentro quema, pero el viajero inquisidor no lo podría ver porque siempre lo mantendría bien oculto. El viajero comprendió que era verdad, que no sabía verla, seguramente no se lo merecía, que realmente era un inquisidor de poca monta, de esos que llevan en el bolsillo una botellita de desinfectante para purificar a todos, a todos menos a sí mismo, porque se cree dueño de una pureza absoluta que le otorga derechos divinos para juzgar a los demás, para perdonarles o absorberles, hasta para martirizarles abusando de su amor o de su soledad, para restregarles por la cara sus faltas ética, las de los demás, no las suyas, el está por encima, el se cree a un paso de la santidad, es un justiciero... Y es que el exceso en la ética la deforma y eso pasó hace siglos y el resultado fue la inquisición, y seguramente no hubo mala fe en los inquisidores (en los primeros, luego se hicieron funcionarios), sino ética mal entendida, creerse en posesión de la verdad y en condenar a la hoguera, a la tortura porque ponían leña que tardaba en arder, a los que ellos juzgaban fuera de su verdad absoluta. El viajero inquisidor quemó a la bruja sabiendo que la amaba y que al quemarla desparecía toda esperanza de volver a ser feliz, pero prefirió quemarla por su obsesión irracional con la ética pura, la verdad absoluta que ni es verdad ni es absoluta, porque lo único que es verdad es que la bruja se dejó quemar sin una sola mirada de reproche. Es el amor la única ética, no la ética el único amor. Y sólo pudo ver fuego, incluso se sintió un asesino porque no quería quemar por quemar, quería quemar para desinfectar, pero la bruja ya le había advertido al viajero inquisidor que no lo podría ver porque siempre lo mantendría bien oculto. Y fue entonces cuando el viajero comprendió que aquí y ahora no, aquí y ahora sólo vería frio desdén. NO TE VEO. BIEN SÉ... PEDRO SALINAS No te veo. Bien sé
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