EL VIAJERO. Geografía íntima.

VIAJE AL TANGO

El miedo a llorar y una reubicación cronológica de un viajero.

Ella se dio cuenta enseguida de que el viajero necesitaba una reubicación cronológica, que era un hombre que vivía en otra época muy distinta a la que le tocó vivir. 

Seguramente se dio cuenta al bailar un merengue y escuchar unos pasos de marcha, como martillazos sobre el suelo. 

A lo mejor se dio cuenta al escucharle contar historias que sólo conocía de los libros de historia y que se relataban como vividas. 

Puede que se diese cuenta en un museo mientras miraba a un caballero de mano en pecho y remiraba de reojo a la cara triste de al lado.

Puede que se diese cuenta escuchando tangos de Kurt Weill cantados en alemán en un lugar que no tenía nada que ver con el mundo de los tangos y menos con sus horas. 

O a lo mejor se dio cuenta cuando le dijo que en el tango los hombres lloran y hablan de sus emociones, en un mundo en el que los hombres no deben llorar ni exponer sus sentimientos.

Llora, llora corazón,
llora si tienes por qué,
que no es delito en el hombre,
llorar por una mujer,
Angustia; letra y música: Horacio Pettorossi

Empieza el viaje al tango.

La noche había empezado sin poder aparcar el coche antes de entrar en el danzón. Tuvieron que volver a casa y ella tuvo miedo de quedarse en casa una noche de viernes. Su cara, la cara más bonita, lo decía todo: terror. Pero el viajero, sin palabras, llamó a un taxi que les llevó a bailar a un danzón sucio y pequeño con la música demasiado fuerte y distorsionada. Les daba igual. Bailaron sin parar, sin importar que el viajero susurrase en el oído de la bailaría aquello de “suave que me estás matando...”. A la salida del danzón ella se lanzó sobre un taxi que salía de un callejón … porque literalmente sus pies no podían dar ni un solo paso más.

Por la mañana champán y un amasijo de harina que dibujaba su nombre. Ella le dijo a un bien intencionado viajero cocinero que no sabía cocinar … y una carrera a la otra música. La duda era si parar antes o después a comprar unos zapatos de bailarina que ha bailado demasiado la noche anterior. Ella se los compró tan pronto como acabó el concierto.

Era una de esas mañanas de primavera en las que a la salida de un concierto cae un chapuzón y luego después sale el sol de repente, justo al subirse al coche de la bailarina, y lo hace al ritmo del clarinete que hace que Mozart vuele sobre África. ¿Casualidades?. 

Ella no le soltó la mano ni un solo instante, sólo sentían la música, la mano que seca una lágrima. No le soltó la mano, bailaban con los pies que colgaban de las butacas, con las manos, con los dedos que escribían palabras de amor en la palma de la mano, ella no le soltó la mano, la mano que nos balancea sobre el precipicio a ritmo de tango.

No hagas daño. No hagas daño. No hagas daño… podía el viajero no hacer daño y ser el viajero que necesitaba el triple de tiempo para olvidar que para seducir.

En la fila de atrás un señor muy mayor preguntaba constantemente cosas sin sentido, otra ella le contestaba con una paciencia infinita poniendo amor donde ya no quedaba razón. El viajero sintió la envidia, la envidia de llegar a ese momento, el miedo a saberse solo en ese instante. 

El viajero leyó su mano por primera vez y vio lo que temía ver, nunca más volvió a leer su mano.

Ella le preparó algo de comer y en la cocina le marcó un paso de tango dejándose caer en sus brazos. Ella no le soltó la mano, la mano que nos balancea sobre el precipicio a ritmo de tango. Le dijo que cuando se está enamorado las neuronas se van de vacaciones. Le miró directamente a los ojos como sólo ella sabía mirar y le preguntó ¿no me harás daño, verdad?. 

Ella le leyó el pensamiento y le dijo que en el tango hay que mirar fijamente a los ojos.  No hagas daño. No hagas daño. No hagas daño…¿Puede pedirse a un tango que abra la mano y nos deje caer al precipicio?. El viajero sintió la envidia, la envidia de llegar a ese momento, el miedo a saberse solo en ese instante, en el momento final, sin una mano que nos sujete mientras caemos en el último precipicio.  El miedo al último miedo. El miedo real, el miedo a llorar, como lloran los hombres a ritmo de tango.
 



A. Piazzolla. Oblivion



 
 

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