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HISTORIA - ARTE / Curiosidades históricas.

UN VIUDO Y UNA  JOVENCITA QUE SABÍA CANTAR Y REÍRSE.

Sólo hubo una boda, muchas guerras, mucha soledad. Y un día Carlos I, con 46 años, viudo y deprimido, encontró consuelo en una jovencita alemana que sabía cantar y reír. Una jovencita a la que nadie consiguió encerrar en un convento. 


Carlos I  con Bárbara Blomberg. Grabado en madera de 1894

EL Y SUS RECUERDOS.

Nos situamos en Alemania, Ratisbona, en 1546. Un emperador Carlos I, nacido en 1500, llevaba viudo siete años, y empleaba su tiempo guerreando por culpa de la religión.

Se había casado una sola vez, con Isabel de Portugal, y nunca más se volvería a casar. Carlos I era el hombre más poderoso de su época, tenía el reino más grande que nunca había existido antes y nunca ha vuelto a existir.

Isabel había sido su único y gran amor, un flechazo. Se casaron en Sevilla. Isabel tenía veintitrés años, tres menos que el novio.

Carlos entró de noche en Sevilla. Iba a conocer a su esposa. La conoce y ya no puede esperar. Fue un flechazo. Se retira un momento a cambiarse de ropa pero enseguida vuelve a donde la emperatriz estaba y –según el cronista Fernández de Oviedo– se desposó con ella. Aun faltaba la misa de velaciones para que el matrimonio se consumara, pero el amor un puede esperar y cuando todos se han retirado a descansar, se apareja un altar en la cámara de la emperatriz a medianoche y el arzobispo de Toledo celebra la misa. Fueron padrinos el duque de Calabria y la condesa de Odenura y Faro. Asisten como testigos muy pocos caballeros. Acabada la misa, Carlos da tiempo a que su mujer se acueste «e desque fue acostada, pasó el Emperador a consumar el matrimonio, como católico príncipe». El embajador de Portugal, Azevedo Continho dice «en cuanto están juntos, aunque todo el mundo esté presente, no ven a nadie... ambos hablan y ríen, que nunca hacen otra cosa...»

Por mayo, el emperador decidió trasladarse a Granada, pasando por Córdoba. Granada cautiva a la pareja imperial, donde viven una prolongada luna de miel, hasta finales de 1526. Aquí, Carlos e Isabel engendrarían a su primer hijo y heredero, el futuro Felipe II.

Fue una pareja feliz, muy feliz, y tras la muerte de Isabel, en 1539, Carlos no volvió a contraer matrimonio.

Tuvieron cinco hijos, pero Carlos ya había tenido otros hijos, Tadea de Austria, Isabel de Castilla (1518), con Germana de Foie, esposa de su abuelo, y Margarita de Austria o Margarita de Parma (28 de diciembre de 1522 - 18 de enero de 1586), cuya madre fue Juana Van der Gheest.

Tras la muerte de su esposa Isabel, Carlos nunca remontó su tristeza. Mucho se ha escrito sobre la soledad y amargura con la que el emperador vivió durante años.

Pero un día, años después, llegó a decir que una alemana de dieciocho años le había curado de la melancolía.

El fruto de aquel encuentro fue un niño. ¿Una amante más del emperador y un bastardo más?.  Mucho más. Ni la madre era una mujer normal, ni el hijo lo sería.

ELLA

Barbara Blomberg tenía dieciocho años, era muy guapa, cantaba bien, era de la clase burguesa alemana y nadie pudo recluirla en un convento. Hizo siempre su santa voluntad frente a la de un emperador, un rey y su propio hijo. Una mujer ajena a su época.

Carlos I, un hombre tan poderoso, sólo se enamoró una sola vez en su vida. Cuando se ama de verdad no quedan fuerzas para más, pero fue brevemente feliz con una jovencita alemana, tras siete años de viudedad. Quizás por su juventud, por su alegría, aquella alegre joven supo devolver al emperador algo de felicidad, un respiro.

Probablemente fue la diferencia de caracteres, como más tarde sucedería entre Juan de Austria y Felipe II. Carlos I y Felipe II eran hombres muy austeros y de una religiosidad profunda. Juan de Austria encontró a Felipe II un hombre triste, mientras que él rebosaba desparpajo, amigos y alegría. Probablemente a su madre, Bárbara, le sucedió lo mismo con un deprimido Carlos I.

Otro dato curioso es que Bárbara se libró, contra todo pronóstico, de acabar sus días en un convento, a pesar de intentarlo el propio emperador, su hijo Juan de Austria y, a su muerte, Felipe II. Este dato es realmente curioso porque la costumbre de la época era mandar a un convento a la ex-amante, pero es que Bárbara llevó una vida siempre muy licenciosa y sólo al final de sus días pasó una temporada en un convento en España, pero consiguió que la sacasen porque “no lo podía soportar”. El propio Juan de Austria se libró por los pelos del destino religioso que le había preparado su propio padre.

La actitud del emperador hacia el hijo de ambos y la referencia a “razones especiales” del testamento del emperador, hacen suponer que el emperador entendió que aquella mujer no se había puesto en su camino por casualidad, sino como consuelo a su amargura.

En 1547 nació Don Juan de Austria, que sería reconocido, al cabo de los años, como hijo natural del emperador.

Tres años después, Bárbara se casaría con Jerónimo Pyramus Kegel, tutor de Don Juan, a quien daría su nombre. A cambio obtendría el cargo de comisario en la corte de María de Hungría en Bruselas, donde vivió Bárbara desde 1551. En 1569 enviudaría de su marido, pasando a recibir una pensión del propio emperador y posteriormente de Felipe II, como madre de Don Juan.

DEMASIADO ALEGRE.

De carácter libertino, la forma de vivir escandalosa y despilfarradora de la “Madame”, como era conocida, llamó la atención de su hijo, que la logró traer mediante engaños a España, desembarcando el 3 de mayo de 1577 en el puerto de Laredo (Cantabria) e ingresando posteriormente en un convento castellano, del que consiguió salir.

Se conservan unas cartas de ella pidiendo dinero a Felipe II, después de la muerte de Don Juan.

A la muerte de su hijo, Bárbara Blomberg pidió trasladarse a Colindres (Cantabria). Le acompañaría en su viaje a Trasmiera su otro vástago, Conrado de Píramo, su nuera la baronesa de San Martín y sus cuatro nietos. Vivió en casa de Juan de Escobedo, antiguo secretario de su difunto hijo, para pasar, en 1584, a la casa del aposentador Juan de Mazateve, en Ambrosero (Cantabria), donde pasaría los últimos años de vida. El 18 de diciembre de 1597 fue enterrada en la Iglesia de San Sebastián del Monasterio de Montehano, en Escalante (Cantabria).

No parecen sostenerse las biografías más antiguas al afirmar que la madre de Don Juan era una mujer de la alta nobleza alemana, aunque otras que hacen mención de Bárbara Blomberg, dicen que ella era la verdadera madre. Algunas veces Bárbara, encolerizada, le decía a Don Juan que ella no era su madre.

LA ABUELA Y LA NIETA

Bárbara Blomberg no fue sólo la amante del rey, fue la última mujer que ocupó el corazón de Carlos V.

Mucho se ha especulado sobre su supuesta relación de Bárbara con doña Ana de Austria (hija de Juan de Austria), recluida de por vida en un convento. Es curioso el análisis que se ha hecho de la posible relación entre abuela y nieta. Bárbara era una mujer atípica de su tiempo que reclamaba su libertad, que se casó con quien le impusieron, pero que se acostaba con quien quería. Se ha especulado sobre la reacción de la nieta, encerrada desde niña en un convento, apartada de la vida, ante la licenciosa vida de su abuela.
 

EL BASTARDO.

En el año 1550, Carlos decide que un músico flamenco de la corte y su mujer española, Ana de Medina, acojan a Jeromín en España, en Leganés.

En 1554, Carlos le reconoce secretamente como hijo y manda que Jeromín pasara de Ana de Medina, ahora viuda, a Doña Magdalena de Ulloa, esposa de su consejero y confidente, Don Luis de Quijada. Durante los cincos año siguientes Jeromín vivió en el castillo de Quijada, en Villagarcía de Campos.

Doña Magdalena Ulloa pasaba años sin su marido, siempre de viaje con el emperador. Su único deseo, tener su propio hijo, un deseo nunca hecho realidad.

Un día hacen llegar a su puerta a un niño de tres años con una carta de Luis de Quijada en la que pide a su esposa que críe a este niño como si fuera suyo. No hay explicaciones, nadie puede, nadie debe saber quién es este niño. ¿Será de su marido?.

Los historiadores suponen que, por lo menos durante cierto tiempo, aquella mujer tenía que haber creído que el niño era el hijo de su esposo. Pero ella lo acepta y lo cría como si fuera su propio hijo. El niño, al que llaman Jeromín, se cría con cariño y felicidad.

Al Monasterio extremeño de Yuste fue llamado el niño, de once años de edad, en 1558, al lado del emperador, que no hacía ninguna señal de reconocimiento de la paternidad, aunque comenzaban a correr rumores de la misma. Por aquellas fechas ya sabía Felipe II que tenía un hermano.

El padre había mandado que trajeran a su hijo cerca de su monasterio para que pudiese estar lo más cerca posible, para verlo crecer. ¿Un bastardo cualquiera?

Cuando el emperador murió en 1558, finalmente Jeromín se enteró quién de verdad era su padre. El emperador le había hecho traer a su presencia, pero nunca le confesó que era su padre.

Carlos se moría en septiembre 1558 y Felipe debía cumplir el testamento de su padre. Felipe II recibió órdenes muy precisas y cumplió su deseo, reconociendo a Don Juan de Austria como hermano.

DE JEROMIN A DON JUAN DE AUSTRIA

Felipe II se encontró por primera vez con Jeromín en 1559 cerca de Valladolid. Inmediatamente Felipe cambió el nombre de su medio hermano Jeromín por el de Juan, el nombre de otro hermano suyo fallecido en la infancia.

El día en que Jeromín se convirtió en Don Juan de Austria, Magdalena Ulloa se inclinó ante él. Pero él la abrazó. “Siempre seréis lo más parecido a una madre que he tenido y nada va a cambiar, os sigo queriendo igual y seguiré necesitando de vos mientras viva.”

Los retratos de su juventud muestran un mozo  rubio y con ojos azules. El se convirtió enseguida en el querido de todos, y se hablaba mucho de sus amantes cuando tenía sólo diecinueve años. Era un hombre abierto, popular, con un carácter arrollador, más espadachín que estadista, a diferencia de su hermano Felipe.

Tuvo dos hijas. La primera, nacida en España y reconocida como doña Ana de Austria, y recluida en un convento, llegó a ser abadesa de las Huelgas de Burgos.  La segunda fue Donna Giovanna d’ Austria, nacida en Nápoles, y después de pasar muchos años en un convento fue liberada por Felipe III y se casó con un príncipe italiano.

La lista de sus méritos es larga y bien conocida. Contra la voluntad de su padre de dedicarse a la teología, Juan estudia el arte bélico. A los veintitrés años, Felipe le nombró Capitán General del mar Mediterráneo y Adriático. En 1572 venció a los otomanos en Lepanto. En 1576 conquistó Túnez y finalmente Felipe le hizo Gobernador de los Países Bajos.

EL MISTERIO

Muchos historiadores se han preguntado porqué Carlos renunció a mantener a Bárbara a su lado.

Es evidente que ni Bárbara ni su hijo le fueron indiferentes, pues hasta el propio Felipe II, sabedor de la importancia de aquella mujer para su padre, costeó todos sus gastos, incluso a la muerte de Juan de Austria. Pero lo que es más importante, siempre se respetó su voluntad, como la de no permanecer en un convento, la de llevar una vida licenciosa siendo la madre de quien era, o la de exigir cada vez más dinero para mantener su ritmo de vida.

Demasiados privilegios para una mujer que no hubiese sido muy especial en la vida del emperador Carlos. Pero, la sombra de Isabel era alargada.

La respuesta está en el Monasterio de Yuste, donde las paredes, todas y completas, siguen cubiertas por terciopelo negro en signo de luto por la muerte de su madre, la reina Juana I de Castilla, y por la muerte prematura de su única esposa, la emperatriz Isabel de Portugal, por quien guardó luto hasta el último de sus días.

Se conserva un cuadro del emperador y su difunta esposa pintado cuando ya estaba viudo, pero quiso tener a su esposa con él y el pintor así lo hizo, pintándola con una piel extremadamente traslúcida.

El Emperador viéndose morir, ordenó que se trajese el crucifijo con que había muerto Isabel. Desde hacía tiempo lo guardaba en su cámara para este efecto, así como nueve velas blancas, probablemente procedentes de Montserrat, reservadas igualmente para el momento...

Murió envuelto en aquel color negro, acercándose a Isabel, siempre Isabel. Sólo se ama una vez.
 
 

HISTORIA - ARTE / Curiosidades históricas.
MORIR MIRANDO A LOS MONTES DE TOLEDO

Tiziano lo sabía y los pintó de fondo en el retrato de Isabel de Portugal que siempre acompañó a Carlos V.
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