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HISTORIA - ARTE / Curiosidades históricas.

ANDRÉ GORZ Y DORINE. CUANDO EL AMOR DURA SESENTA CORTOS AÑOS.

"Seremos lo que hagamos juntos". “Lettre à D. Histoire d’un amour” (Carta a D. Historia de amor).

Cuando un hombre de ochenta años escribe una carta de amor a su mujer enferma, a la que él cuida y por la que ha dejado todo, a la que conoció en la niñez y de la que nunca se ha separado, estamos ante la esencia del amor con mayúsculas. Esta obra se llama “Lettre à D. Histoire d’un amour” (Carta a D. Historia de amor). 

Carta a D. es más que una carta, o un libro con forma de carta, es la historia de un amor que duró sesenta cortos años entre André Gorz y su esposa Dorine.  Es un adelanto de un final elegido, el suicidio junto a su esposa. Comienza la carta con unas palabras que encogen el corazón:

“Acabas de cumplir ochenta y dos años. Sigues siendo tan bella, graciosa y deseable como cuando te conocí. Hace cincuenta años que vivimos juntos; y te amo más que nunca. Hace días te dije que había vuelto a enamorarme de ti. Y tu vida desbordante me hace feliz, abrazando tu cuerpo contra el mío”.
Sesenta años antes, en un baile en París, en la plaza de Saint-Sulpice, una chica inglesa, Dorine, se había convertido en  el único y gran amor de su vida. André la vió por primera vez cuando Dorine jugaba al póker, asediada por tres hombres que intentaban llamar su atención. “Tenías una abundante cabellera caoba, la piel nacarada y la voz altiva de los ingleses”, escribe. Un tiempo después, el azar los reunió de nuevo mientras ella recorría una calle con su “caminar de bailarina”. Él corrió entonces para alcanzarla mientras ella “marchaba velozmente bajo la nieve y la llovizna ensortijaba sus cabellos”. Y luego, sin mucho optimismo, le propuso que fueran a bailar: “Y tú dijiste, sí, why not. Fue el 23 de octubre de 1947”. 

Hasta aquel día todo era nada. “No podía pasar más de dos horas con una muchacha sin aburrirse y hacérselo sentir”.

Dorine era una inglesa que hizo su vida en París. Una familia que se rompió cuando su padre debió enlistarse en la primera guerra mundial. Cuando tenía cuatro años, su madre se enamoró de un aventurero y en el momento de la ruptura, dos años después, fue él quien se encargó finalmente de ella. 

Él era un judío austriaco que dejó de hablar alemán el día que las tropas alemanas ocuparon París. “Éramos tú y yo hijos de la precariedad y del conflicto. Estábamos hechos para protegernos el uno al otro. Necesitábamos crear juntos, el uno para el otro, un lugar en el mundo que nos había sido originalmente negado. Pero, para ello, era necesario que nuestro amor fuera también un pacto para toda la vida”. “Nos dijimos con frecuencia que si fuera posible y tuviéramos una segunda vida, querríamos pasarla juntos”. 

Dorine le “hacía sentirse en otro mundo”, pero le permitió “asumir su propia existencia”. 

A lo largo de su Carta a D., André Gorz recuerda su vida y describe su matrimonio como una pareja de solitarios, apátridas, sin tierra, sin familia. 

“Mis triples o cuádruples identidades tienen razones históricas y mi intención es negar una identidad segura. No había ninguna posibilidad de identificarme con mi padre que era judío, ni con mi madre que era antisemita, ni con Austria, donde nací, ni con Suiza, país donde me refugié, porque uno nunca llega a ser suizo: allí siempre serás extranjero”. 

Y nos describió el amor: “descubrir la riqueza de la vida, amándola a través de ella”. “Estar enamorado con pasión por primera vez, y ser amado de vuelta, era en apariencia muy banal, muy privado, muy común: no era la materia adecuada para permitirme acceder a lo universal. Un amor que naufraga, que es imposible, pertenece a la noble literatura. Yo estoy más cómodo en la estética del fracaso, de la destrucción, y no en el terreno del éxito y de la afirmación”. 

“Si te unes con alguien para toda la vida, pones en común tus vidas y omites hacer todo aquello que pueda dividir o contrariar esa unión. La construcción de la pareja es nuestro proyecto conjunto, sin dejar nunca de confirmarlo, de adaptarlo, de reorientarlo en función de los contextos que cambian. Seremos lo que haremos juntos”. 

A los pocos meses de concluir el libro, los dos apareciesen muertos en su casa de Vosnon, cerca de París. Ante la enfermedad terminal y los sufrimientos de ella, decidieron irse juntos. 

A los pocos días los más íntimos recibieron un carta de despedida enviada por André y Dorine. La carta concluía con su deseo:  “Ellos se unieron en la muerte como se habían unido en la vida”. 

Ella estuvo enferma desde que cumplió los sesenta. Padecía una enfermedad degenerativa que le producía terribles migrañas para las que no había medicamentos.

“Escuché que el radiólogo te decía que eliminarías el producto al cabo de diez días. Ocho años después, una parte del líquido subió hasta las fosas craneanas, y otra parte se enquistó a la altura de las cervicales. Tú tenías una enfermedad evolutiva para la cual no existe tratamiento”.

Ante el avance de la enfermedad, André se jubiló anticipadamente para poder dedicar todo su tiempo a lo realmente importante. Desde entonces no se separó del lado de Dorine.

Su amigo, Jean Daniel, cofundador de Le Nouvel Observateur, define a Gorz como uno de los personajes más secretos, enigmáticos, tercos y eruditos de su época. Serge Lafaurie, otro fundador del semanario, veía a Dorine como su cable a tierra, su pararrayos, su anclaje al mundo real: “Dorine era su contacto con lo que era la vida, la naturaleza. Una vida distinta a las ideas”. Lafaurie recuerda que cuando ella no podía viajar con él, prefería quedarse a su lado y cancelar sus compromisos. “Yo le decía que Dorine no moriría si él se ausentaba por dos días y él respondía que justamente sí, en efecto, ella podría morir”. Y recuerda que los visitó su última visita: “Ella seguía vivaz, alegre y hermosa. Estaba frágil, pero conservaba su carácter e inteligencia. Era una pareja feliz”. 

Pero volvamos a la carta a D.:
 

"Me pregunté qué era lo accidental a lo que debía renunciar para concentrarme en lo esencial". 

"Seremos lo que hagamos juntos", 

 "¿Por qué estás tan poco presente en lo que he escrito si nuestra unión ha sido lo más importante de mi vida?". 

"Me sentía cómodo en la estrategia del fracaso y la aniquilación, no en la de la afirmación y el éxito"

Y concluye el libro donde empezó:
"acabas de cumplir ochenta y dos años. Y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace 58 que vivimos juntos y te amo más que nunca. Hace poco volví a enamorarme de ti una vez más y llevo de nuevo en mí un vacío devorador que sólo sacia tu cuerpo apretado contra el mío. Por la noche veo la silueta de un hombre que, en una carretera vacía y en un paisaje desierto, camina detrás de un coche fúnebre. Es a ti a quien lleva esa carroza. No quiero asistir a tu incineración; no quiero recibir un frasco con tus cenizas. Oigo la voz de Kathleen Ferrier que canta Die Welt ist leer, Ich will nicht leben mehr (El mundo está vacío, no quiero vivir más) y me despierto. Espío tu respiración, mi mano te acaricia. A ninguno de los dos nos gustaría tener que sobrevivir a la muerte del otro. A menudo nos hemos dicho que, en el caso de tener una segunda vida, nos gustaría pasarla juntos".
El caso de André es muy similar al de otro judío austriaco, Stefan Zweig, que también se suicidó con su esposa, aunque no lo hicieron por enfermedad, sino por la llegada del nacismo. No podemos mencionar a Zweig sin recomendar su obra maestra “El jugador de ajedrez” o “Novela de ajedrez”, (Schachnovelle), que cuenta la obsesión de un hombre con el ajedrez.

ANDRÉ GORZ 

André Gorz era un judío austriaco, nacido en 1923. A su padre le expulsaron los nazis de su casa y huyeron a Suiza. Su padre se convirtió al catolicismo. Y su madre envió a Gerard a una institución religiosa, en Lausanne, donde estudió ingeniería química. 

En 1940, al caer París, decidió adquirir la nacionalidad francesa y no volvió a hablar alemán hasta 1984.

A partir de 1941 se estableció en París y fue codirector de la revista Les Temps Modernes. Fue uno de los fundadores del semanario Le Nouvel Observateur con sus amigos Sartre y Simone de Beauvoir.

En 1980 escribió “Adiós al proletariado”, que le supuso el repudio de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), Sin embargo, el sindicalismo alemán aplaude la obra y esto hace que se reconcilie con Alemania y vuelva a hablar alemán.

Dorine siempre estuvo a su lado y se encargaba de preparar toda la documentación de sus artículos.

Tras veintitrés años en Le Nouvel Observateur cuenta "Me sorprendió que mi salida de la revista no fuera penosa ni para mí ni para los otros".
 
 
 

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