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HISTORIA - ARTE / Curiosidades históricas.

ANTONIO MACHADO Y GUIOMAR.

“Doscientas cartas, de las que sólo quedan 40 (en la Biblioteca Nacional), que ella trató con productos químicos para borrar algunos párrafos; pero las letras han vuelto: el regreso de lo reprimido, que dice Freud”. Ian Gibson.


Pilar Valderrama (Guiomar)

"La vida de Antonio Machado. Ligero de equipaje” de Ian Gibson es seguramente una de sus biografías más completas. 

Cuando se publicó el libro (2006), Ian Gibson contestaba en una magnífica entrevista a Elena Pita (publicada en el Mundo) sobre algunos de los interrogantes de la vida del poeta. Estas son algunas de las preguntas más íntimas de esta celebre entrevista que se ha convertido en un clásico.

P. ¿Por qué accedieron los padres de Leonor a un compromiso tan escandaloso y estrafalario [14 años ella, y él, 33]?

R. Leonor y su familia sufrían muchísimo, con aquel padre guardia civil jubilado y borracho, que les golpeaba y gritaba, y Machado, hospedado en la pensión de la madre, sentiría el sufrimiento de aquellas mujeres, y se convierte en el padre sustituto, con toda su ternura. Pero ella muere, y vuelve a quedarse solo, y tiene que ocultar sus lágrimas, camino a Baeza, de nuevo el camino.

P. ¿Usted cree que Machado sabía de la tuberculosis de su amada cuando se casó con ella?, ¿lo sabían sus padres y lo callaron?

R. Se ha dicho que él lo sabía, pero sólo caben especulaciones. Ella era muy pálida, sí, sin embargo el relato que Machado hace a su madre por carta sobre el primer episodio de hemorragia, en París, indica que nada sabía: "Fulminó nuestra felicidad", dice.

P. Machado no creía en Dios pero sí tenía una aspiración religiosa, ¿ateo o agnóstico?

R. Él nunca se proclamó ateo, nunca, aunque sus padres sí lo fueron: jamás recibió una formación católica. Pero es un hombre escéptico, agnóstico, que no da el paso al ateísmo. Es un cristiano sin Dios: admira profundamente a Jesucristo, pero no acepta al Dios de los judíos, no le gusta el Dios Padre. Para él, el cristianismo es el amor fraterno, como para mí: en esto coincidimos.

P. ¿Logró dejar de creer al perder a Leonor?

R. Al contrario, nunca tan cerca estuvo de Dios como a la muerte de Leonor, porque necesita pedirle que ella no muera.

P. Pero a continuación marcha a Baeza y arremete contra él.

R. Sí, y entonces hay versos inéditos en los que blasfema, contra Dios, por haberle robado a Leonor.

P. Después de esto, ¿qué razón de ser tienen sus apócrifos?, ¿es su forma peculiar de salir del ensimismamiento?

R. Me imagino que sí, que es un modo de liberarse de su subjetividad, de la cárcel solipsista en la que quedó encerrado después de Soledades. "Hay que soñar con los ojos abiertos y tender al prójimo, estoy demasiado encerrado", le escribe a Unamuno. Y de pronto tiene ese hallazgo y juega con 13 ó 14 posibles apócrifos que luego se concretan en Abel Martín y Juan de Mairena. Él es pudoroso con los asuntos filosóficos, porque es consciente de que ha llegado muy tarde: fue bachiller a los 25 años, y teme resultar pobre frente a Unamuno u Ortega, a quienes admira mucho, de modo que pone sus reflexiones y teorías en boca de otro y así evita la responsabilidad: no soy yo, es Juan de Mairena. Es algo muy irónico y cervantino, como él es. Pero además, don Antonio tiene un gran talento narrativo, y como prosista es magnífico, enjundioso.

P. Y llegamos por fin a Guiomar, doña Pilar de Valderrama. ¿Ella le amó o, despechada, traicionada, sólo buscó el consuelo de la ternura o "un amor de vieja nodriza", que dirá el poeta?

R. Yo creo que ella no se atrevió o no quiso romper con su marido. Pilar de Valderrama es una mujer con muchos problemas, aterrada por el cuerpo y el sexo, ultracatólica, casada con un donjuán, que busca la gran ternura que aprecia en la poesía de Machado. Es una mujer confusa, que sufre, que no es demasiado valiente y que no tiene la culpa de ser Pilar de Valderrama.

P. ¿No buscaría además el apoyo del poeta (consagrado) a su carrera literaria?

R. Probablemente. Hay lecturas de otros machadianos que son terribles hacia ella, pero yo quise ser muy cauto y dejar al lector la posibilidad de sopesar. Va a buscarlo a Segovia, dos veces, porque quiere conocerlo, y a él no podría haberle pasado nada más tremendo en la vida, porque sólo al verla se enamora.

P. ¿Por qué se torturaba con el amor imposible, mientras confiesa que desea morir: "Dentro de dos años", dice precisamente entonces (1930), "cuando acabe de revisar mi obra"?

R. Porque ella le llega. Machado es un hombre muy solo, incapaz de conquistar a una mujer, nada más allá de una prostituta, un alivio que al parecer alguna vez buscó. No tiene confianza en sí mismo como amante, pero llega esta mujer, que es hermosa, y conoce sus poemas, y ella misma es poetisa, y hablan y hablan y se ven en un café de Cuatro Caminos, y se escriben, y esto le da un aliento y una esperanza.

P. Y también un tormento: ni siquiera deja que la toque.

R. Sí, pero con momentos de infinita felicidad. Para un hombre tan solitario, tener una relación intelectual con una mujer hermosa que dice que no puede entregarse, porque es creyente, pero que le quiere... Algo es algo.

P. ¿Ese algo no le parece peor que nada?

R. En el caso de Machado, no estoy seguro.

P. ¿Por qué Guiomar quemó las cartas de amor enviadas por el poeta?

R. Doscientas cartas, de las que sólo quedan 40 (en la Biblioteca Nacional), que ella trató con productos químicos para borrar algunos párrafos; pero las letras han vuelto: el regreso de lo reprimido, que dice Freud [ríe].

P. ¿Cómo pudo ser tan pacata, cuando ya Machado era una eminencia?, ¿acaso temió ser descubierta?

R. Probablemente. Aunque luego, antes de morir, el marido muerto, quiso que se supiera que ella era Guiomar: eligió no despreciar la fama. Pero yo sólo la juzgo cuando dice que Machado se equivocó con la Guerra y que si ella hubiera estado con él no habría hablado así. Eso es ridículo, es no conocer a don Antonio. Aunque claro, ella políticamente pertenece a una familia bastante facha, que huye a Portugal al final de la República, amiga del general Sanjurjo… Pero no, no quiero ser maniqueo, soy simplemente antifascista y no comunista.

P. Desaparecida la musa, ¿el poeta suplanta el amor por la guerra?

R. Totalmente, se entrega a la República. Quiere ser un poco héroe, y guerrea. Sí, se obsesiona con la palabra capitán, capitán que no puede blandir su espada, porque no tiene físico, y blande su pluma, en defensa a muerte por la libertad, la democracia, la decencia humana y la cultura. Entonces en la guerra descubre su papel y su entronque con la familia, el abuelo, el padre…, todos batalladores. ¿Sabes que Machado, apellido portugués, significa hacha corta? Y de ahí el verbo machar, cortar.

P. Aquel Gobierno de la II República, Gibson, ¿le recuerda al de hoy o acaso hay alguien empeñado en que se vea así: vuelta al ruedo de las dos Españas?

R. Estoy convencido de que hay gente empeñada en que así se vea. También es verdad que en este país sigue habiendo una batalla entre los esencialistas, que creen en la España eterna, católica y esencial, y aquellos otros que, en la línea de Américo Castro, contemplan el país como el resultado de una mezcla de culturas y sangres. Yo estoy en esta segunda línea, claro: la España real es la de sangres mezcladas, y su futuro es ser puente de entendimiento entre culturas, por su propia Historia. La gran España católica de Isabel y Fernando es una especie de mito, una entelequia; es un malentendido sobre el mensaje cristiano, que nos dice que todos, indios, chinos, británicos, australianos, todos somos hijos de Dios, hermanos. Pero es que muchos católicos se olvidan de que su religión viene de Oriente, que no es occidental.

P. Volvamos a la guerra: la sedición de Manuel no tarda ni un mes en producirse: antes de terminar agosto se inscribe en las filas de la Falange. Si lo suyo es cobardía, ¿lo de Antonio es la valentía del suicida?

R. Quiero creer que es algo más, pero hay una tendencia suicida, sí, por la terrible soledad que le envuelve. Frente a esto, la guerra es solidaridad, y le ayuda a soportar su condición solitaria. Pero esto no disminuye su grandeza: somos lo que somos. Y has sido tú quien ha mencionado la cobardía, pero yo vuelvo a mi planteamiento como biógrafo, que no enjuicia: Manuel también fue republicano, y el alzamiento le coge en Burgos, y trata de volver pero lo encarcelan, y de ahí le saca la Iglesia, a través de su mujer, que es una pía nacionalista, que se mete a monja nada más morirse el marido y nunca jamás vuelve a salir del convento, y a él lo entierra con hábito franciscano.

P. Los hermanos no volvieron a verse. ¿Éste fue para Antonio el dolor más agudo de la contienda?

R. Me imagino que su peor dolor sería saber que su hermano recitaba en la radio nacional sonetos dedicados a la sonrisa de Franco. Porque cuando sale de la cárcel, para salvar el pellejo, se convierte, junto a José María Pemán, en el principal corifeo del franquismo, desde la Tercera del ABC de Sevilla. Escribe sonetos ruines, nefastos, ilegibles, malísimos, tan lejos de su poética parisina, cínica, entre Montmartre y la Macarena, estupenda.

P. "Si mi pluma valiera tu pistola/ de capitán, contento moriría", escribe don Antonio nada más empezar la Guerra. ¿Muere de asma o muere porque no aguanta más?

R. Fue seguramente una combinación de factores. Él tenía, sí, una afección asmática, que se agravó cruzando la frontera, bajo tanta lluvia, y a esto se unió el dolor y la tristeza, el éxodo, el exilio, la pérdida de la República; de la madre muriendo. Además, el cansancio de aquellos tres años de lucha, en los que no paró de escribir, le había producido un envejecimiento rapidísimo, y un incipiente problema de corazón, pero él fumaba de manera suicida, y tomaba muchísimo café: se maltrató toda la vida. En la partida de defunción no consta ninguna causa de muerte.

P. El mar es el olvido: en sus últimas reflexiones frente al mar de Collioure, ¿no está diciendo que quiere morir?

R. Es muy posible: ve que ha llegado al final. Creo que su Retrato es uno de los mejores poemas en lengua castellana, es un prodigio de intuición, en 1908: "(...) Y cuando llegue el día del último viaje,/ y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,/ me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,/ casi desnudo, como los hijos de la mar" [última estrofa del poema]. Está en la playa de Collioure, su madre se está muriendo, normal, cumple 85 años; y él se siente un anciano: ha llegado su momento, no puede más. Pero también es posible que no fuera así.

GUIOMAR

A principios de junio de 1928, la poetisa madrileña Pilar de Valderrama, de 39 años, llega a Segovia con una tarjeta de presentación para Machado, facilitada por la hermana del actor Ricardo Calvo, María, muy amiga suya y profesora particular de sus hijos.

Valderrama es ferviente admiradora de la poesía de Machado. "Le leía con tanta frecuencia", recuerda en su autobiografía Sí, soy Guiomar (1981), "que yo que nunca tuve en la memoria ni los versos míos, me sabía los suyos de tanto repetirlos en silencio". En el mismo lugar dice que unos meses antes de conocer al poeta le había mandado un ejemplar de su nuevo libro de versos, Huerto cerrado, publicado en Madrid por Caro Raggio -cuñado de Pío y Ricardo Baroja-, sin recibir contestación.

El encuentro tiene lugar en el vestíbulo del hotel Comercio. Valderrama es hermosa, a juzgar por la fotografía del frontispicio de Huerto cerrado, con abundante pelo negro y grandes ojos oscuros (ilustración 36). Nada más verla, el poeta se enamora.

Pilar de Valderrama Alday Martínez y de la Pedrera, para darle su nombre completo, nació en Madrid -al parecer, el 27 de septiembre de 1889-, hija de Francisco de Valderrama Martínez, natural de Santurce (Bilbao), y Ernestina Alday de la Pedrera, de Santander. Según cuenta en Sí, soy Guiomar, su padre fue abogado brillante, diputado por el Partido Liberal antes de los 25 años, y gobernador de Oviedo, Alicante y Zarazoga. En la capital aragonesa, a los cuarenta días de nacer, la niña -de ahí su nombre- fue presentada a la Virgen del Pilar. Poco después, cuando empezó a resentirse la salud del padre, que sufría "trastornos nerviosos", la familia se trasladó a Montilla, en Córdoba, donde los abuelos tenían propiedades. Allí murió Francisco de Valderrrama, a los 39 años.

En Sí, soy Guiomar, Valderrama evoca su primer encuentro con Machado. Refiere que unos meses antes su marido le había confesado, demudado, que acababa de suicidarse -se había tirado de una ventana de la calle de Alcalá- una joven con la cual, a espaldas suyas, mantenía relaciones desde hacía dos años. Valderrama no aduce la fecha del lúgubre suceso, pero fue el 17 de marzo de 1928. La desafortunada muchacha, según los periódicos, se llamaba Felisa Ernestina Castro Pérez, tenía 25 años y estaba domiciliada en la calle de Corredera Baja de San Pedro (donde unos años atrás habían vivido los Machado). Se trataba de un "hecho trágico que me impresionó dolorosamente, marcando un cambio en mi vida íntima, alterando su rumbo como si se partiera en dos etapas: el antes y el después". ¿Qué hacer? Su primer impulso fue huir de casa, alejarse de una persona que ya le era insoportable. Por fin dijo a su madre, ignorante de lo ocurrido, que estaba mal de los nervios y se marchó a Segovia -con la tarjeta de presentación para Machado- "en busca de sosiego". Y, sin duda, para meditar sobre lo que iba a hacer.

Allí, según sigue relatando Valderrama, llovía y hacía un frío intenso. A los pocos días, por lo visto sin tratar de ver al poeta, volvió a Madrid, donde se encontró con que su marido se había ido a Francia. Pero no tardó mucho en regresar y, a finales de mayo, Pilar huyó otra vez a Segovia. Ahora hacía mejor tiempo. Después de algunos días mandó a Machado, a través de un botones, su tarjeta, y aquella misma noche -fue el 2 de junio- el poeta se presentó en el hotel Comercio. Y sigue la musa:

"No puedo expresar la emoción que tuve al encontrarme con él y estrechar su mano. Era el poeta tan admirado el que estaba ante mí, con su desaliño, sí, pero con un rostro bondadosísimo, una frente ancha y luminosa, una cabeza, en fin, admirable sobre un cuerpo alto, desgarbado y poco atractivo. Al verme, no supe qué pasó por él, pero advertí que se quedó como embelesado, pues no cesaba de mirarme y apenas habló para decirme cuánto sentía estar tan ocupado con los exámenes, que no podía acompañarme ni atenderme como sería su deseo. Añadió que dos días después terminaba su actuación en el tribunal y tenía que irse ineludiblemente a Madrid, lo que lamentaba, pues le agradaría verme y serme útil".

Valderrama le invita a cenar con ella en el hotel a la noche siguiente. El poeta acepta gustoso. Apenas come. Apenas habla. No hace más que mirarla. "Después de la cena", sigue contando la escritora, "como hacía una magnífica noche de fines de junio, estrellada y tibia, no recuerdo si él o yo, propusimos un paseo hasta el Alcázar". Durante el mismo explica al poeta que está atravesando por momentos amargos, sin contarle "exactamente los motivos".

El poeta pidió a Valderrama sus señas, y, según ella, le dijo que le mandaría enseguida un ejemplar de la recién aparecida segunda edición de sus Poesías completas. Ella le advirtió que no podía decir cuándo estaría otra vez en Madrid, por razones de su salud. Prometió ponerle unas letras en cuanto lo supiera. Y así lo hizo.

Según Ian Gibson, Antonio Machado, que busca con desesperación la plenitud amorosa, no la va a poder encontrar fácilmente en una mujer muy católica para quien lo único que parece tener importancia en el amor es la fusión de almas, de corazones, y la ternura sin contacto físico. Durante el verano de 1928 los dos se ven secretamente en La Moncloa, a kilómetro y medio del chalé de Pilar, después del Parque del Oeste. Allí, cerca del "palacete" del siglo XVIII -hoy residencia oficial del presidente del Gobierno- había un jardín que pertenecía entonces, así como el edificio, al Ministerio de Instrucción Pública. Ambos habían sido cedidos por un Real Decreto de 1918, para su restauración, a la Sociedad de Amigos del Arte, y estaban abiertos al público. 

A veces, nada más regresar a Madrid, el poeta sube a pie hasta delante del chalé de la musa y, oculto entre las frondas, espera ansioso que salga al balcón. A veces tiene suerte, a veces no. Un día le manda una copla alusiva a este rito: "Hora del último sol. / La damita de mis sueños / se asoma a mi corazón".

A menudo, al volver a Segovia, el poeta imagina que desde la ventanilla puede vislumbrar a la musa allí arriba, con su traje azul, cuando el tren llega al paso de nivel situado al lado de la iglesia de San Antonio de la Florida. Cerca del paso, a unos pocos metros del pequeño cementerio donde yacen los cuarenta y tres madrileños fusilados por los franceses en la madrugada del 3 de mayo de 1808, se habían despedido una tarde. ¡Cómo olvidarlo! Pilar es ya una obsesión.

Pronto se establece un ritmo y un protocolo para los encuentros. A finales de los años veinte, después de una década en Segovia, Machado sólo tiene clase los tres primeros días de la semana, y vuelve a Madrid el miércoles por la noche. Luego, el domingo por la tarde, regresa a Segovia. Los dos suelen verse los viernes por la noche en su "rincón", y a veces los sábados por la mañana o por la tarde (si ella no puede acudir -a menudo hay un contratiempo inesperado- le llama allí por teléfono o deja un mensaje con el mozo). Luego, después de separarse, se escriben prolíficamente: ella a Segovia, para que el poeta tenga carta el martes o el miércoles antes de volver a Madrid; él, a través de una de las confidentes de Pilar -Hortensia Peinador, María Estremera y Marta Valdés- o de la agencia de mensajería Continental (ubicada en la carrera de San Jerónimo, 15).

Desde el primer momento, si hemos de creer a Valderrama, ella impuso las condiciones que debieron regir la relación, y le dijo al poeta que por fidelidad a sus creencias, a sus hijos y a sí misma "no podía ofrecerle más que una amistad sincera, un afecto limpio y espiritual, y que de no ser aceptado así por él, no nos volveríamos a ver". Y Machado, según ella, contestó: "Con tal de verte, lo que sea".

Valderrama reconoce que Machado, en virtud de tal pacto, padeció la tortura "de la barrera que nos separaba materialmente". Cabe deducir, sin embargo, que el poeta, ante tal planteamiento del asunto, pensaría que con el tiempo, y al irse conociendo ambos mejor, la situación podría cambiar a su favor. Entretanto su posición frente a la diosa se parecía mucho a la del trovador medieval: amor cortés, sí; sexo, no.

Toda vez que, como dice Machado en un poema no publicado en vida, Pilar le había buscado a él, no al revés, las condiciones impuestas se podían considerar harto injustas: "Tú me buscaste un día / -yo nunca a ti, Guiomar, / y yo temblé al mirarme en el tardío / curioso espejo de mi soledad...".

240 CARTAS EN SIETE AÑOS 

Valderrama calcula, en sus memorias, que Machado le escribió unas 240 cartas a lo largo de los siete años de su relación, de las cuales ella quemó todas menos "unas cuarenta" en vísperas de la Guerra Civil, antes de salir para Portugal, escogidas "al azar las que estaban encima, sin releerlas siquiera por la premura del tiempo". De las dirigidas por ella al poeta no parece haberse salvado ninguna. La pérdida de esta correspondencia es una tragedia. Las de Machado constituían -lo sabemos por las pocas que han sobrevivido- una especie de diario íntimo, y hoy serían un documento de inmenso valor para conocer mejor, mucho mejor, la intimidad de uno de los grandes poetas de Europa.

Para empeorar esta situación, las cartas de Machado salvadas de las llamas fueron manipuladas después por su destinataria cuando decidió darlas a conocer en parte. Se recurrió entonces a cortes e incluso a tratamientos con decolorantes para borrar pasajes considerados imprudentes o arriesgados (¡algunos de ellos han vuelto a ser legibles con el paso de los años, incluso en color rojo, como para mofarse de tales prevenciones!). Gracias a Cartas a Pilar, la magnífica edición de Giancarlo Depretis -descubridor de estas maniobras tan destructivas e hipócritas- la correspondencia existente, conservada en la Biblioteca Nacional de España, se puede leer ahora en su correcto orden cronológico (Machado casi nunca fechaba sus cartas), y con la restitución de algunos pasajes de extraordinario interés.
 
 
 
 

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