HISTORIA - ARTE / Curiosidades
históricas. |
EL HOMBRE QUE CERRÓ LOS
OJOS ANTE EL ESCORIAL.
Alvar Aalto.
El famoso arquitecto Hugo Alvar
Henrik Aalto (Kuortane, 3 de febrero de 1898 - Helsinki, 11 de mayo de
1976) quería ser moderno, así que cuando se casó en
1922 con la arquitecta Aino Marsio decidieron ir “en avión” a Italia.
Pero nadie vuelve igual de Italia.
Respecto al vuelo, siempre decía:
"sí, por supuesto puedes y debes volar, pero deberías hacerlo
con un pie en la tierra; al menos el dedo gordo."
Todavía se siguen produciendo
los vasos diseñados por Aino Marsio, algo mayor que él, y
que se dice que pudo ocupar el afecto que sintió al perder a su
madre de niño. El lugar de la madre.
En 1949, cuando le llamaron para
decirle que Aino moría tuvo la suerte de llegar a tiempo para retratarla
y regalarla el abrigo de visón con el que ella siempre había
soñado.
Luego vino la soledad, el alcoholismo
y la más profunda desesperación. Sus amigos y su entorno
profesional coincidían que era un hombre acabado. Sus obras se quedaron
paralizadas.
A los tres años apareció
la joven Elisa (Elissa Makiniemi), también arquitecto, y le salvó
en todos los sentidos. Era una mujer de veinticuatro años, muy vitalista,
no tan reflexiva como Aino. Gracias a ella consiguió acabar sus
obras y estuvo tan contento que escribió de su puño y letra
una carta de agradecimiento a cada uno de los albañiles.
Cuando falleció Alvar Aalto
en 1976, Elisa hizo lo imposible para que Italia permitiese exportar un
capitel para ponerlo sobre su tumba.
Pero volvemos a 1951, cuando llega
a España y es recibido como el gran arquitecto que era. Y para sorpresa
de todos da la espalda al Escorial y no se interesa por el Prado. La conmoción
entre los arquitectos fue tan grande que dejaron constancia en las revistas
profesionales.
Cuenta Miguel Fisac que cuando estaban
en el coche le dijeron que iban al Escorial y Aalt dijo “yo al Escorial,
no”. Le dicen que ya que están en el coche que van, el vuelve a
decir que el no, pero como buenos españoles le llevaron. Estuvieron
en la terraza del hotel Felipe II para que viese la perspectiva y todos
los arquitectos hicieron un corro, pero el de espalda.
Durante años se hablo de
que no había querido ver el primer monumento español.
Rafael Aburto cuenta que rechaza
ir al Prado y se va a las afueras de Toledo y que sólo se le escapa
admiración cuando pasa delante de una construcción rural
no pensada, en la sierra de Galapagar. Escribe Aburto “Aalto es un hombre
de constitución cuadrada, de cuello y manos macizos. Hecho para
moldear el metal, curvar la madera, desbastar la piedra y contemplarlos
después con sus ojos claros, donde se reflejan el silencio, la frialdad
y la limpieza de su tierra nativa."
Fisac escribe que “es un hombre
natural, sencillo, cordial … observa los efectos abstractos de los rayos
del sol sobre unos visillos, o el entusiasmo ante un muro encalada sobre
una paisaje rocoso desnudo."
Fernando Chueca Goitia le lleva
de paseo al paseo de Trajineros, pero reconoce que Aalto hubiese preferido
estar solo. Cuenta literalmente: “me dijo que en Italia cerraba los ojos
cuando pasaba delante de monumentos renacentistas y barrocos y que iba
buscando sólo lo esencial de la arquitectura mediterránea
de los pequeños poblados campesinos”. Le dijo que “en América
el businessman estaba muy alto, y levantaba el sombrero y el arquitecto
muy bajo, y que en Europa era al revés”.
Luego se compró unas castañuelas
de 450 pesetas de 1951, una fortuna, ante la insistencia de Chueca para
que se comprase otras de 4 pesetas. “Cuando le dijeron que eran de profesional
se puso como unas castañuelas”.
El más mayor de todos, el
gran Luis Moya les corrigió a todos: “si compra las castañuelas
más caras es porque reconoce la calidad de la madera, si da la espalda
al Escorial es para ver el monte” y añade Moya recordando a Ortega
y Gasset "pocas veces puede verse tan claro ejemplo del hombre orteguiano
unido a su circunstancia, como el caracol a su concha. Esta circunstancia,
para él, es Finlandia".
Y todos callaron con respeto escuchando
al gran arquitecto Luis Moya, que se ponía frente a la pizarra,
con dos tizas, y dibujaba la fachada de El Escorial de memoria, desde el
centro y con ambas manos al mismo tiempo.
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