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CÓMO NOS VEN ELLAS /opinión
femenina |
UN MAR LLENO DE BALLENAS
Carta de una lectora.

Ruego que corrijan las faltas. Soy
extranjera y a pesar de los muchos años que he pasado en España
no soy capaz de comunicarme correctamente.
Hace demasiados años decidí
pasar mis vacaciones en España. Una España que no se parece
en nada a la de hoy. Yo era una chica rubia y joven con ganas de reír
y pasarlo bien hasta que el avión me llevase de vuelta a mi carnicería
en Inglaterra. Lo que ustedes llaman “una sueca”.
Conocí a un joven pescador
que me parecía un apuesto pirata. No todo el mundo sabe contener
sus emociones y en menos de una semana nos enamoramos. En el pequeño
pueblo pesquero había un acantilado al que íbamos cada tarde
dando un paseo. Mirábamos las olas y la puesta de sol y no sé
cómo, pero siempre veíamos ballenas saltar a lo lejos. Dudo
que en el Mediterráneo haya muchas ballenas, pero juro que las veíamos.
Un día me pidió que
me quedase para siempre a su lado viendo ballenas. Yo cogí el avión
de vuelta, lloré y dejé pasar cuarenta años cortando
filetes en mi carnicería. Hice una vida, no una mala vida, y tengo
dos hijos.
Un día acompañé
a mi hijo y a su mujer en sus vacaciones en España y fui, contra
mi voluntad, al pequeño pueblo pesquero, que ahora es casi Nueva
York. Sin quererlo, pero sin poderlo evitar pregunté por él.
Nadie sabía, nadie recordada. Cuarenta años son mucho. Al
final, gracias a unos amigos ingleses que viven allí todo el año
me enteré que se había casado, que también había
tenido hijos y que había muerto de cirrosis, porque bebía
demasiado.
No pude evitarlo y me presenté
a sus hijos, quería saber cómo hubiesen sido .. no sé.
El hijo mayor me dijo que sabía de mí, que su padre le había
hablado de mí, a saber si le hablaba de mí o de otras como
yo, pero me dijo mi nombre. Me contó que bebía mucho, que
perdió la cabeza y que decía cosas tontas, que siempre andaba
imaginando cosas y formas. Cuando ya me iba me enseñó algo
que había hecho él mismo ya al final de sus días.
Era como una piedra azul ovalada cogida por una pinza blanca metálica.
Me preguntó su hijo ¿sabe lo que decía que era esto?.
Le contesté sin dudarlo, una ballena, claro. Me miró a los
hijos y susurró ¡no me lo puedo creer!. ¿Cómo
lo sabe?. Luego me la dio.
Volví al acantilado y no
vi ballenas. Le dije a mi hijo que me había alquilado una casa y
que no volvía con ellos a Inglaterra. Desde mi ventana miro todos
los días el mismo acantilado. No hay ballenas, sé que
nunca las habrá, sólo podría verlas si hubiese sabido
elegir, pero preferí vender filetes en Inglaterra.

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