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HOMBRE ACTUAL

EL OTRO LADO DE LA VENTANA

Llegar a un concierto con treinta años de retraso. ¿Y este que canta quién es?.

En una tertulia había una señora que había vivido casi veinte años en París y por su edad eran los veinte años esenciales del arte francés. Inmediatamente nos lanzamos a preguntarle qué hacía en París, el barrio latino, los pintores .... Respondió a todas las preguntas, que eran muchas, con una sola frase: cuidé de mis hijos. Luego nos dijo que solo vio París desde la ventana, que podía haber estado en cualquier otro lugar del mundo y que su vida hubiese sido la misma. Nunca tuvo un minuto para ella. Paris estaba al otro lado de la ventana, tan lejos de ella. Pero ella sabía que Paris podía esperar, lo que había dentro de la ventana no.

Días después hubo un concierto de rock y un despistado preguntó ¿quién es este que canta?. Pero no le conoces, pero si este es de tu quinta colega. Lo de colega se llevaba mucho por entonces, como enrollao, colgao, pasao, etc. ¿No te acuerdas de aquel conjunto que fue nº 1?. Y en efecto uno miraba alrededor y veía a cientos de contemporáneos enfundados como podían en unos pantalones negros tipo pitillo que debían tener guardados en sus armarios. 

Todo el mundo iba de negro. En ningún entierro se puede ver tanto negro. Los más fieles tenían melenas, melenas que no eran del color que fueron y tan abundantes como fueron, pero melenas. Uno llevaba deportivas amarillo fosforito combinado con pantalones y camisas negras ajustadas. Era la estética de hace treinta años con treinta años encima. Material de museo en estado puro. 

Entre el público sólo uno iba con pantalones claros, el despistado. Siempre hay un bicho raro, es inevitable. Así que se sentó para pasar desapercibido. Y luego vino la terrible pregunta: oye colega si tu no conoces a este ¿qué hacías tú en Madrid durante la movida?. Y la verdad es que “moverse” pero por otros lares. Había tantos sueños que cumplir, tanto por hacer. Madrid estaba al otro lado de la ventana y podía esperar, pensaba el despistado. 

Luego todos saltaron a la pista y bailaron, el despistado del pantalón claro también. Los hermanos siempre perdonan al hermano pródigo de pantalones claros. 

Ellas, también de negro, bailaban más y pedían un autógrafo en el pecho al cantante que decía que para marineros los del Retiro. Todos ser reían y bailaban. El del pantalón claro se había olvidado del color de sus pantalones y bailaba también.

Luego el colega le dijo “bueno has llegado treinta años tarde al concierto pero has llegado”. “La próxima vez vienes vestido para la ocasión, vale?. Pero como el del pantalón claro tiene tan poca cabeza se le olvidó preguntarle dónde se pueden comprar pantalones negros fosforito de pitillo. 

Luego el despistado del pantalón claro volvió a su otro lado de la ventana, en el que sigue, y se dio cuenta que le gustaban más sus pantalones y que no se lo pasó mal con los “colegas”, pero que se lo pasó mejor bailando en plena movida madrileña con una tribu perdida en una selva asiática con la que sólo tenía una cosa en común, que nunca habían oído hablar de aquel cantante nº 1 de la movida en plena movida. 

El despistado pensó que aquello no podía esperar, y la verdad es que esa tribu ya casi se ha extinguido, así que algo de razón tiene, aunque también es cierto que los pantalones negros pitillo siguen el mismo camino. Así que ahí anda, pasándose de un lado al otro de la ventana.
 


En los otros ochenta, cien veranos que marcharon... Derek Walcott

En los otros ochenta, cien veranos que marcharon
como la luz de un paraíso doméstico, la idea del cielo
de un hedonista era el aparador de una cocina francesa,
manzanas y garrafas de arcilla de Chardin a los Impresionistas,
el arte era une tranche de vie, queso o pan horneado en casa-
la luz, en su opinión, era lo mejor que el tiempo ofrecía.
El ojo era la única verdad, y aquello que atraviesa
la retina se desvanece al amanecer; la profundidad de nature morte
era que la propia muerte es sólo otra superficie
como el lienzo, pues pintar no puede capturar el pensamiento.
Cien veranos que se fueron, con el acordeón que hace olas,
faldas almohadilladas, grupos en botes, golpes blancos como zinc en el agua,
muchachas cuyas mejillas ruborizadas no sobrevivieron a sus rosas.
Entonces, como tubos desecados, los soldados retorcidos
se amontonaron en el Somme y Verdun. Y los muertos
menos reales que una explosión fatal de crisantemos,
idéntico carmesí para la naturaleza muerta y la matanza
de jóvenes. Tenían razón -todo le vale
al pintor con su caballete puesto como un fusil en los hombros.


 





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