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HISTORIA - ARTE / Curiosidades históricas.

DOÑA EMILIA Y DON BENITO

Una condesa casada y un solterón. Dos genios políglotas en una época demasiado estricta.

EMILIA PARDO BAZÁN 

Nació el 16 de septiembre de 1851 en La Coruña, "Marineda" para sus lectores. Era hija única de los condes de Pardo Bazán, título que heredaría en 1890. 

A los ocho años ya se leía todo lo que caía en sus manos, que era mucho, porque su padre tenía una magnífica biblioteca. Declaró años después que sus libros preferidos de juventud fueron Don Quijote, la Biblia y La Iliada.

A los nueve años compuso sus primeros versos, y a los quince su primer cuento. Su biógrafa, Carmen Bravo Villasante, cuenta que de muy niña arrojaba desde el balcón papelitos con versos patrióticos a los soldados que volvían de África, y que, en otra ocasión, propinó una oda al veterano conspirador y galán Don Salustiano Olózaga, de visita en su casa. Abandonó pronto y, casi del todo, el verso por la prosa. 

Durante la infancia aprende francés pero se niega a tocar el piano y a tomar clases de música, que era la educación femenina básica de su época. No quiere perder un minuto en nada que no sea devorar libros.

El año 1868 fue decisivo. "Tres acontecimientos importantes en mi vida se siguieron muy de cerca: me vestí de largo, me casé y estalló la Revolución de septiembre de 1868". Emilia tenía dieciséis años, y su marido, José Quiroga, estudiante de Derecho, veinte. 

En 1873 el padre de Emilia decide viajar por Europa y se lleva a los recién casados. Viaja por varios países europeos y aprende los respectivos idiomas para poder leer a sus autores en su lengua original. Visitan Francia, Italia, Suiza, Austria e Inglaterra. Fruto de aquellos viajes escribió “Al pie de la torre Eiffel (1889), Por Francia y por Alemania (1889) y Por la Europa católica (1905)”. 

A la vuelta a España conoce a Francisco Giner de los Ríos, con quien le uniría una gran amistad, y se interesa por el krausismo, por lo que empieza a leer a los místicos, a Kant, y ya puestos a Descartes, Santo Tomás, Aristóteles y Platón.

Se dio a conocer como escritora con un estudio crítico de las obras del padre Feijoo (1876), con el que ganó un premio, compitiendo en este certamen con la penalista Concepción Arenal. 

Ese mimo años nace Jaime, su primer hijo. Gracias a Giner de los Ríos se edita en 1881 el libro de poemas titulado Jaime. Curiosamente a este niño le rebajaría la herencia para mejorar a sus hijas. Con los años Jaime sería fusilado junto a su hijo en el verano de 1936 por grupos anarquistas.

Pero volvemos a la madre. Su primera novela, Pascual López, autobiografía de un estudiante de medicina, la publicó el año del nacimiento de su hija Blanca, en 1879, y Viaje de novios (1881), al nacer su tercera y última hija, Carmen. 

VICTOR HUGO 

Por culpa de una hepatitis se retiró al balneario de Vichy, en 1880, donde conoció a Victor Hugo.

Ya entonces era una mujer muy culta y de 1891 a 1893 publicó la revista Nuevo Teatro Crítico, redactada por ella en su totalidad. 

Se codeaba con en París con Zola, Daudet y la hermanos Goncourt. Zola dijo de ella que no podía comprender a “una católica convencida, batalladora y al mismo tiempo naturalista”. 

Durante la Exposición Universal de París, la de 1889, se atrevió llevarle la contraria en un café a Víctor Hugo que llegó a decir ¡voilá bien l’espagnole! tras recordarle que “las terriblezas de la Inquisición son tortas y pan al lado del Terror de la revolución francesa”.

Fue precisamente durante esta Exposición Universal donde conoció a Sarah Bernhardt y por ella va al Congreso de la Condición y Derechos de la Mujer, al que acuden delegaciones de países como Estados Unidos, Rusia, Bélgica, pero no de España. 

Su gran enemigo intelectual fue Clarín, del que escribió en privado “Cuando ese hombre se muera, habrá fiesta nacional”, claro que él llegó a llamarla “esa puta” en una carta a Galdós, precisamente su amante.

CATEDRÁTICA Y FEMINISTA.

En 1906 estrenó en Madrid, sin éxito, “Verdad y Cuesta abajo”, y en 1908 publica “La sirena negra” cuyo tema central es el de la muerte, obra que escribió en el Ateneo de Madrid, donde fue nombrada Presidenta de la Sección de Literatura.

Además de escritora también tuvo una actividad social como feminista y llegó a ser consejera de Instrucción Pública.

Pero no todo era viajar, a veces necesita asilarse en el Pazo de Meirás, donde escribió “Los pazos de Ulloa” (1886) y “La madre naturaleza” (1887).

Desde 1916 hasta su muerte fue profesora de Literaturas románicas en la Universidad de Madrid, cátedra que se creó para ella el ministro de Instrucción Pública.

Aunque fue propuesta tres veces para la Real Academia de la Lengua y las tres veces fue rechazada, como también sucedió con la penalista Concepción Arenal. 

El 12 de mayo de 1921, una complicación con la diabetes que padecía le provoca la muerte.  Hacía un año que había fallecido Benito Pérez Galdós.

MATRIMONIO 

Aparentemente su matrimonio se sustituyó por un pacto de separación de hecho a fin de mantener las formas y la unidad familiar.

La separación oficial era prácticamente imposible en aquella época, así que simultaneó con varios amantes, como Blasco Ibáñez, Lázaro Galdiano y Goncourt en París. Pero el gran amor fue Pérez Galdós, de quien fue su amante durante veinte años.

Se contaba en la biografía de Acosta “Emilia andará en boca de la ciudad coruñesa, a veces en términos muy descarnados y en más de una ocasión llegarían al marido miradas entre burlonas y conmiserativas, comentarios en voz baja que cuestionaban su honor y hasta su virilidad”.

La más sonada que tuvieron los esposos fue a raíz de que ella publicase “La cuestión palpitante”', donde trató de conciliar las bases del naturalismo francés, inspirado en las tesis darwinistas, con el realismo de profunda raíz católica que se practicaba en España. No sólo fue criticada en España, sino que el tema llegó al Vaticano, así que José Quiroga, su marido, le pidió que abandonara su carrera literaria y que se retractara de todo lo escrito. 

DOÑA EMILIA Y DON BENITO 

Parece ser que con motivo de la presentación de la novela rusa, algo desconocido en España pero que ya tenía mucho éxito en Paris, Emilia dio una conferencia. Y en primera fila, maravillado escuchada Pérez Galdós. Luego empezó “lo de Doña Emilia y Don Benito”, que ambos simultanean con otras atenciones amorosas. El era soltero y andaba con amantes ricas pero cuidando de mantenidas pobres, como en su “Fortunata y Jacinta”. Ella con jóvenes como Lázaro Galdiano y Narcís Oller. 

Por esa época -hacia 1892- -Emilia Pardo Bazán tenía cuarenta y un años. Ella era ocho años mayor que Benito Pérez Galdós. 

Estuvieron más de veinte años unidos sentimentalmente. 

BENITO PÉREZ GALDÓS

Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 10 de mayo de 1843 – Madrid, 4 de enero de 1920). 

A Benito Pérez Galdós sus padres lo mandaron a estudiar Derecho a Madrid para apartarlo de su prima, de la que se enamoró perdidamente. La carrera de Derecho nunca llegó a terminarla, pero las ganas de casarse también se desvanecieron y se mantuvo soltero durante toda su vida.

Escribía mucho y por necesidad, por lo que recibió el mote de Benito 'el Garbancero', pues escribía para poder comer. Pero al mismo tiempo era mal administrador y siempre daba todo lo que tenía a sus jóvenes amantes, así que en alguna ocasión estuvo arruinado.

Era casi tan viajero como Emilia Pardo Bazán, leía fluidamente en inglés y francés, y en su juventud tradujo la obra cumbre de Dickens, “Los papeles del Club Pickwick”. Este dato es realmente curioso en esta época en la que apenas se hablaban otras lenguas, y si acaso el francés.

Fue diputado y elegido miembro de la Real Academia Española en 1889.

Era respetuoso con las ideas ajenas y cuidó la amistad de personas ideológicamente poco afines a él, como Pereda o Menéndez Pelayo. De ahí sus largas estancias en Santander (donde tiene estatua), llegando a describir la playa del Camello en una de sus obras.

Con una de sus amantes tuvo un hijo, pero la madre acabó suicidándose.

De viejo quedó ciego y no pudo ver una estatua que le hicieron, así que tocó el frio rostro con sus manos. Al reconocerse, se echó a llorar.
 

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