JOYAS ARROJADAS.

La historia de un viaje de ida y vuelta entre París, la Habana y el Vaticano.

En la Habana de principios del siglo XX tuvo lugar un escándalo sonado para la época. Un rico terrateniente azucarero, Juan Pedro Baró, casado y con una hija, inició un romance con una mujer casada de una belleza impresionante.

Era Catalina Laza del Río Noriega, una mujer descrita por la prensa como “La Maga Halagadora”. Se cuenta que había ganado concursos de belleza y que tenía unos maravillosos y enormes ojos azules, una piel de nácar, y una hermosa figura. Catalina se había casado en 1898 en Tampa, Estados Unidos, con Pedro Luis Estévez Abreu.

Juan Pedro y Catalina iniciaron su romance en París, como siempre en un salón de baile. Volvemos a destacar la importancia de saber bailar y la pesadumbre de nuestros sufridos lectores que cada día mandan más emails pidiendo que insistamos en eso del baile porque los pobres han pasado más horas leyendo que bailando, pero volvamos con la historia y luego nos vamos a bailar. 

La pareja mantuvo clandestinamente su relación entre París y la Habana hasta que la tía del marido engañado, Rosalía Abreu de Castro, se enteró. Para poder informar a su sobrino con todo lujo de detalles contrató a un detective privado que descubrió a los amantes en una suite del Hotel Inglaterra. 

La tía informa al sobrino que se encuentra con que su mujer, Catalina le pide secretamente la disolución matrimonial. El marido teme perder su prestigio social y se lo niega, así que los dos amantes deciden dar un paso decisivo para que el marido no pueda negarse a la nulidad matrimonial.

Una noche, los dos amantes, Juan Pedro y Catalina, se presentaron juntos en el teatro, lo que era algo inadmisible para la sociedad de la época y un desprecio público al marido. La reacción del público fue la de manifestar el desprecio social a la pareja de amantes y uno a uno fueron abandonando el teatro hasta quedar solos los amantes, Juan Pedro y Catalina.

A pesar del tumulto que se ocasionó por el abandono masivo del teatro, los actores, que son seres de otra galaxia, se conmovieron al ver a los dos amantes abrazados, dándose consuelo, así que siguieron con la función como si nada hubiese pasado.

Catalina se acercó al escenario, se quitó todas sus joyas y las lanzó al escenario como muestra de agradecimiento a los actores.

Al día siguiente el marido la acusó de bigamia y adulterio, y llenaron con críticas los periódicos de la Cuba de principios del siglo XX.

Así que los amantes se fueron a París a seguir bailando y tiempo después visitaron al mismísimo Papa, Pío XII, que les escuchó su historia durante toda una tarde. Luego bendijo a los dos enamorados y dispuso la disolución del matrimonio. Ya que estaban en Italia siguieron el paseo y visitaron Verona, donde se encuentra la supuesta tumba de Romeo y Julieta. 

De vuelta a Cuba, en 1917, por si quedase alguna duda, el Presidente de la República, Mario García Menocal, firmó la ley del divorcio, quedando registrado oficialmente el primer divorcio en Cuba de Luis Estévez con Catalina Lasa y Juan Pedro Baró con Rosa Varona. 

En 1925 Juan Pedro encargó a los arquitectos Govantes y Cabarrocas que construyesen una mansión que regaló a Catalina. Tiene una fachada renacentista florentino e interiores en Art Decó combinado con referencias egipcias y mármoles de Carrara. Se dice que la arena usada en los revestimientos se trajo desde las orillas de río Nilo, y los estucos fueron realizados por la casa “Dominique” de Francia, quien envió su personal a Cuba para realizar esos trabajos por el método “en caliente”. En el proyecto también participó el cristalero francés René Lalique, quien años después decoró el monumental panteón que Juan Pedro construyó a Catalina en el cementerio de Colón. 

La misma aristocracia que tanto los discriminó asistió a la inauguración de la mansión en octubre de 1927. Se dice que Baró mandó diseñar una joya única como regalo para cada uno de los invitados y que adjuntó a las invitaciones cuadros de famosos pintores cubanos. 

En el jardín de la mansión, Juan Pedro hizo sembrar un rosal único, llamado “La Enamorada”, que da una rosa amarrilla, nacida del injerto de floricultores habaneros del Jardín El Fénix. Se trata de una rosa redonda y de pétalos muy cerrados llamada Catalina. 

El 3 de diciembre de 1930 murió Catalina. Se dice que fue el entierro más elegante de la historia, los hombres vestían de frac y las mujeres de largo. Y a ella se le enterró como a las reinas egipcias, con todas sus joyas. 

Catalina fue sepultada en el panteón que Juan Pedro mandó construir casi al mismo tiempo que la mansión, en la avenida principal del cementerio de Colón; una gran mole de estilo Art Déco, semicircular, de mármol y con dos puertas monumentales que lucen sendos ángeles de alas amplias en bajorrelieve. La obra costó un poco más de un cuarto de millón de pesos en oro. 

Juan Pedro murió diez años después de haber enviudado. Cuentan que se hizo enterrar de pie para velar de cerca el sueño de su amada Catalina, pero la tumba guardó siempre el secreto. Sus puertas, con ángeles de granito negro, nunca más se abrieron. 

Al morir Juan Pedro, en la década de los cuarenta, su hija se quedó con la mansión. Al final de los años cincuenta fue habitada por los Embajadores de Francia, pasando en los sesenta a ser la Casa Cuba – URSS. Hoy se la conoce como “La Casa de la Amistad y la Solidaridad de Cuba y los Pueblos”. 

Quizás el marido de Catalina hubiese contado la historia de otra forma, pero cuesta pensar que la amase tanto como Juan Pedro. 

LA VISITA A LA TUMBA DE JULIETA.

Aunque no hay evidencia de que Shakespeare visitara Italia, es posible que Romeo y Julieta esté basado en la obra de Luigi Da Porto, pero sea como sea nadie se atreve a discutirlo en Verona, donde se encuentran la supuesta tumba y casa de Julieta. En estos lugares los visitantes dejan sus notas y cartas para ella. Aunque se supone que los dos amantes fueron enterrados juntos, se suele llamar tumba de Julieta. Muy pocas cartas se dirigen a Romeo. 

En el siglo XIX se ubicó la casa de Julieta en la Via Cappello y fuera hay una estatua de bronce. Según la creencia popular tocar su pecho derecho trae buena suerte, es por eso que está considerablemente más brillante que el izquierdo. 

A principios de los años treinta empezaron a llegar cartas dirigidas simplemente a “Julieta de Verona”, sin saber que hacer con ellas el cartero las dejaba en la tumba de Julieta, donde un guardián empezó a contestarlas en su nombre. El flujo constante de cartas empezó en 1936, el año en que se filmó la película “Romeo y Julieta” de George Cukor.

Desde entonces Julieta ha recibido innumerables cartas desde todo el mundo y, de una forma u otra, acaban en el Club di Giuletta en Verona, una organización de voluntarias (las secretarias de Julieta) que se ocupan de contestarlas, no importa en que idioma estén, si es necesario se recurre a traductores.

Cartas a Julieta (Letters to Juliet) es un libro escrito por las hermanas Lise y Ceil Friedman que recopila una selección de estas cartas.