MADAME CURIE. MI VIDA SÓLO ME PERTENECE A MÍ.

El coraje y la defensa del derecho a la vida privada.
 

Marie Curie Sklodowska (1867-1934)	Paul Langevin (1872-1946)

LA MUERTE DE PIERRE CURIE

Del contacto con la radioactividad, tanto Madame Curie, como su hija, Irène Joliot-Curie, también física y que igualmente ganó el premio Nobel (1935), murieron de leucemia, una enfermedad que entonces se desconocía.

Pierre Curie, que compartió el Nobel con su mujer en 1903, al fallecer en 1906 atropellado por un tranvía, ya tenía síntomas de padecer la misma enfermedad, como fuertes dolores en las piernas y la espalda. Incluso poco antes de su muerte había dicho a su esposa Marie que no podría volver al laboratorio y se dedicó a cuidar a su segunda hija, Eve. Se cuenta que una tarde lluviosa, Pierre paseaba por el barrio latino y al taparse la cara con el paraguas no vio que venía sobre él un tranvía de caballos que literalmente le aplastó.

Marie sufrió una grave depresión porque no solo les unía el amor, sino la pasión por la investigación y la Sorbona le dio la cátedra de su marido, con lo que se convirtió en la primera mujer en alcanzar este privilegio. 

Entonces tuvo que seguir adelante con la educación de sus hijas Irene y Eve y tomó una decisión sorprendente. Como no confiaba en la educación francesa de su época y además Irene había heredado el difícil temperamento del padre, seleccionó a unos cuantos profesores y creó una especie de universidad en su propia casa.

EL ESCÁNDALO

En el verano de 1910, Marie Curie empezó un romance con otro físico Paul Langevin, que había sido discípulo de Pierre. La esposa de Paul Jeanne Langevin ya le había amenazado con el divorcio al poco de casarse porque le descubrió alguna relación con sus estudiantes. Una vez el pobre hombre llegó a la universidad lleno de golpes y arañazos porque le habían dado una paliza entre su mujer, su suegra y su cuñada. Pero aún así tuvieron cuatro hijos.

Un día Marie Curie cometió el error de escribirle pidiéndole que abandonase a su mujer e hijos. Con tan mala suerte que la carta fue descubierta por la esposa de Paul, Jeanne. Para colmo de males la hermana de Jeanne trabajaba en un periódico de París y no tardaron en llegar las amenazas de que las cartas serían publicadas. Aunque Marie Curie prestó 5000 francos a Paul, las cartas se publicaron y Marie tuvo que aguantar protestas frente a su casa y su laboratorio. 

Así que a Paul Langevin no se le ocurre otra cosa que retar en duelo de pistolas al editor del periódico. Llegan al duelo y ninguno de los dos dispara, así que se volvieron por donde habían venido.

Hasta aquí destacar que Madame Curie, en 1911, es la primera mujer que se atreve a decir a su sociedad que su vida privada y científica son cosas diferentes y que no va a consentir que sus investigaciones científicas se vean afectadas por cuestiones personales.

Mientras que ningún científico francés la apoyó, la ingeniera Hertha Aryton cobijó a Madame Curie en Inglaterra para librarla de los periodistas y de las manifestaciones en su contra.

En este mismo año, recibe el anuncio de la Academia Sueca de que se le ha concedido de nuevo el Premio Nobel. Sin embargo, a raíz de las publicaciones de las cartas, le comunican por escrito que no quieren que asista a la entrega de los premios en Estocolmo. Ante semejante insulto, cuesta imaginarse la cara de los Reyes de Suecia y de los académicos cuando, en 1911, ven entrar a Madame Curie a recoger su premio Nobel.

Ante una mujer así, dos premios Nobel son poca cosa, nosotros la hubiésemos dado un tercero por dignidad y coraje. Así pensaron los franceses que ante este acto de desafío ante la Academia Sueca, la recibieron con honores, se disculparon por haberse inmiscuido en su vida privada, la nombraron directora del Instituto de Radio de París en 1914 y la animaron a fundar el Instituto Curie. 

Si equivocarse es humano, rectificar es de sabios. La vida privada de cada uno sólo le incumbe a su dueño. Esto y un montón de descubrimientos físicos y científicos nos dejó Madame Curie.

También nos dejó una enseñanza mayor, la vocación de compartir la ciencia. Así cuando su marido le propuso elegir entre patentar sus descubrimientos y ser millonarios o compartirlos con la comunidad científica no dudó ni un segundo, y ese mismo día el matrimonio Curie remitió por correo a sus colegas americanos todo lo que habían descubierto.