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históricas. |
HIJO, TU RISA ME HACE LIBRE.
La verdadera amistad empieza cuando
sólo se puede dar. Miguel Hernández y Vicente Aleixandre.
En diciembre de 1937 nació
el primer hijo de Miguel Hernández, Manuel Ramón, que murió
a los pocos meses y a quien está dedicado el poema Hijo de la luz
y de la sombra y otros recogidos en el Cancionero y romancero de ausencias.
En enero de 1939 nació el
segundo, Manuel Miguel, a quien dedicó las famosas “Nanas de la
cebolla” y de la que nos quedamos con un verso que recordamos cada vez
que miramos a nuestros hijos: “hijo, tu risa me hace libre”. Esta maravilla
sólo se puede escribir cuando un hombre preso recibe una carta de
su esposa reconociendo que ella y su hijo sólo comían pan
y cebollas.
Escribió esta joya en la
calle Torrijos en Madrid (hoy calle del Conde de Peñalver), donde
hay una placa con los primeros versos de “nana de la cebolla”.
En esta calle madrileña estuvo
preso al ser enviado desde Sevilla, tras ser interceptado por la policía
portuguesa. En esta ocasión salió sin cargos gracias a las
gestiones que realizó Pablo Neruda ante un cardenal. Salió
en libertad inesperadamente, sin ser procesado, en septiembre de 1939.
Luego volvieron a condenarle en
1940 y se le conmutó la pena de muerte gracias a sus amistades,
pero falleció en la enfermería de la prisión alicantina
a las 5:32 de la mañana del 28 de marzo de 1942, con tan sólo
treinta y un años de edad. Se cuenta que no pudieron cerrarle los
ojos, hecho sobre el que su amigo Vicente Aleixandre compuso un poema.
La amistad con el Nobel español
venía de largo. Vicente Aleixandre le regaló un reloj de
oro el día que Miguel Hernández se casó. Según
Josefina, la esposa de Miguel, fue el único regalo de bodas porque
sus familias eran muy pobres. Cuando apresaron a Miguel en Portugal llevaba
un billete de veinte escudos, una moneda de cinco centavos y cuatro más
de diez; el libro “La destrucción o el amor” con una carta de su
autor, Vicente Aleixandre, y un auto sacramental titulado “Quién
te ha visto y quién te ve, y sombra de lo que eras” del que él
mismo era autor (1933).
La amistad entre Vicente Aleixandre
y Miguel Hernández sobrepasó a la muerte. Quedan 300 cartas
de Aleixandre a Josefina y a su hijo Manuel. Les ayudó en todo,
en todo, porque la verdadera amistad empieza cuando sólo se puede
dar. ¿O no es así?.
Y ahora volvemos a la joya que nos
hizo saber que la risa de nuestros hijos es lo único que nos hace
libres, “hijo, tu risa me hace libre”. Si no fuese por tu risa …
NANAS DE LA CEBOLLA
Miguel Hernández.
(Ver
video)
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Miguel Hernández, 1939
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