EL VIAJERO. Geografía
íntima. |
NO GUARDES LAS MALETAS, EL VIAJE
SIGUE.
Y todavía no te has dado
cuenta de que yo no me he ido.
La madurez significa tener que elegir
y cierra los caminos, las posibilidades. Al elegir un trozo del destino
estamos cerrando el resto de opciones, el abanico se cierra.
Cuando se ha recorrido el viaje
de la vida, el viajero mira atrás y comprende, pero ya es tarde,
aunque a veces la vida se reinventa y el viaje nos abre una ventana a un
momento anterior, entonces la madurez abre caminos. Es como si pudiésemos
viajar al futuro y ver las consecuencias de nuestras decisiones.
El viajero sintió una vez
que podía viajar por su vida al futuro, a la vejez, y ver lo que
se perdió y no quiso perderse. El viajero ya no sabía si
lo había soñado, pero lo sintió como si una ventana
volase a una calle y se abriese ante un hombre. Detrás de la ventana,
la luz. Delante, el silencio. Entonces la ventana vino hacia él
y le absorbió.
Luego ella le preguntó ¿y
qué puede hacer un hombre engullido por una ventana de luz?. Rendirse,
sólo rendirse sin condiciones, respondió. Dos vermuts, por
favor. Así empezó un viaje precedido de un sueño.
Un hombre de mediana edad miraba
a una ventana desde un río. Caía la tarde, dejaba pasar el
tiempo cobardemente, un tiempo que no valía nada, un tiempo interminable
que vivía en una calle soterrada.
¡Un hombre no mira a una ventana,
un hombre atraviesa las ventanas!. No lo digas.
Un tiempo interminable en una calle
soterrada sin luz ni esperanza.
Pasaron muchos años y aquel
hombre, ya anciano, no podía conducir, así que pidió
a un amigo que le llevase a un pueblecito junto a un lago. Cuando llegaron,
bajó del coche con mucha dificultad, y se quedó inmóvil
frente a una casa con un pequeño jardín en el que una mujer
mayor leía un libro en español.
El anciano permaneció inmóvil
sujetando unas flores diminutas. El anciano dejó pasar el tiempo
cobardemente, un tiempo que sabía escaso. Pasó mucho tiempo
inmóvil frente a la casa, sujetando sus flores, mirando, temeroso.
No se atrevió, era un cobarde, siempre fue un cobarde, y volvió
al coche en el que esperaba su amigo. Antes de subirse dejó las
flores en el suelo y miró por última vez a la mujer.
Entonces pasó algo, el anciano
comprendió por primera vez que no quería perder lo que sabía
que había perdido, el anciano supo que la vida por vivir debe ser
vivida, y en ese mismo momento empezó el viaje, el viaje a la segunda
y última oportunidad, el viaje al pasado cuando todavía no
es demasiado tarde.
Entonces se abrió la ventana:
dos vermuts, una canción para ella, dos entradas de teatro, una
ensalada para dos, un postre para dos. ¿Qué canción?.
Su canción. Dedicamos esta canción a …
No hacían nada especial,
pero cada día era distinto. Nunca tuvieron tiempo para preguntarse
qué hacemos hoy. Las cosas salían por si solas, sin planes,
dejándose llevar, como el viaje a ninguna parte, como el viaje al
viaje.
Todo se enlazaba, la noche, el día,
el sol, la montaña, el mar, el teatro, la música, todo estaba
encadenado, el día no acababa con la noche ni la noche con el día.
Todo se conducía en círculos perfectos, tan perfectos como
anillos. No se sabía nada del momento posterior, no había
tiempo que perder, sólo momentos que crear. Junto a ellos dos vermuts
y un poema cantado por un viejo cantautor en la noche frente al mar.
La noche los envolvía y los
músicos ordenaban un abrazo colectivo. El público encantado
se fundía en abrazos colectivos entre desconocidos.
La noche lo envolvía todo,
el cantautor rebuscaba entre los poemas olvidados y les recordaba que los
ojos son como las noches de verano. Sobre ellos la noche estrellada, ventanas
llenas de luz que caían sobre sus cabezas. Se hablaban al oído,
creían que nadie podía adivinar sus palabras, las palabras
de siempre, los poemas de siempre, la pregunta de siempre.
Todo discurría como los cambios
de luz que atraviesan una ventana. Dos vermuts, por favor. Un reproche:
¡un hombre atraviesa las ventanas, no las mira!. No lo digas. No
quiero perder lo que puedo perder… Y todavía no te has dado cuenta
de que yo no me he ido. No guardes las maletas, el viaje sigue. ¿Lo
vivido o lo que queda por vivir?. Y todavía no te has dado cuenta
de que yo no me he ido. Ten cuidado con la persiana, acabarás rompiéndola
y no entrará la luz por la ventana. Y todavía no te has dado
cuenta de que yo soy tu ventana.
Entonces el viajero sintió
que debía elegir el camino. No guardes las maletas, el viaje sigue.
El viaje sigue mientras se siente la vida. Sube la persiana para siempre
y que entre la luz.
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