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VIAJE AL AMOR A LA VIDA

No hay amor feliz y la felicidad sin amor es imposible. La felicidad de la Ilustración.

La felicidad es apuntar muy alto y lo fácil es quedarse con una felicidad prêt-à-porter, y sin más palabras ella entró en aquella tienda de un barrio de París, llena de cuadros abstractos.

A Montesquieu le escribió una buena amiga que se estaba quedando ciega. Para consolarla le contestó que lo importante era la luz interior. Ella le contestó que preferiría la luz de cada día y que cuanto menos se piense mejor. Luego todos los ilustrados se refugiaron en el placer por el estudio para crearse un espacio propio. El placer de lo universal que se experimenta en el pensamiento es la única consolación a la desgracia de la condición humana, pues es algo que perdura, decía Montesquiau. Hay que buscar una felicidad que nos siga en todas las edades que dure más que las pasiones. La  vida es tan corta que no puede apreciarse una felicidad que no dure tanto como nosotros y lo que dura es el amor al conocimiento. 

Otro filósofo de la Ilustración dijo una vez que uno es feliz cuando quiere y una dama le contestó “hable por Usted, que solo precisa de pan, queso y la primera advenediza que se le acerca”.

El viajero que se apresuraba en su ayuda. Ella no podía con todas las bolsas. Mejor que las manden a casa. No quiero disfrutar llevando las bolsas. ¿Qué tal me sienta el color rojo?. Háblame del amor al propio cuerpo, que no solo es la fuente de la vida, sino la felicidad moral, es la luz exterior y el pensamiento. Sus palabras salían como balas desde una trinchera inmensa de faldas, jerseys, camisas …y esta blusa también me la llevo.

Voltaire dijo que el retiro hace las pasiones más vivas y realmente dominar las pasiones nos hace libres. Hablaban del refugio fuera de París, del sueño del reposo, no para excluir las pasiones, sino para depurarlas. Mira, le dijo ella, ni hablar de ir al campo ni hablar, quiero hacer más compras. 

París era una linterna de sombras rápidas, de esas que se dice que no queda nada, que no fijan nada. El viajero decía que en la soledad se fijan los sentimientos, pero la linterna era muy fuerte y había que acabar las compras, ir a cenar a aquel mirador y luego bailar tangos hasta el amanecer. 

Voltaire habló del placer del buen vino y de la belleza femenina, sólo puso un límite: la felicidad y la ley moral. El límite de los placeres era el remordimiento, que llevaba el placer al límite de los prejuicios y hacía incompatible la sensualidad con la pasión. No se puede ser feliz con las pasiones ni sin las pasiones. El control de la pasión. No hay amor feliz y la felicidad sin amor es imposible. 

Ya decía aquella dama francesa de la Ilustración, que la felicidad es una bola a la que perseguimos y que empujamos cuando se detiene.

Y es que el hombre está hecho para ser feliz aquí y ahora, decía ella corriendo de tienda en tienda por París. La existencia humana tiene como fin hacer felices a los  hombres. ¿No podríamos parar a tomar un café?. Pero seguía recordando a Montesquieu, la felicidad de dios no está reñida con la de los hombres. ¿Acaso no tiene cada uno el derecho a ser feliz según su gusto o capricho?. No hay que oponer las religiones o la moral. Los profetas de todas las religiones no vinieron a la tierra a condenar o a destruir la naturaleza humana, sino a perfeccionarla. No vinieron a obligarnos a renunciar a la virtud del placer.

Por fin pararon a tomar un café. Y ella insistía en que incluso la felicidad es el germen de la felicidad eterna, toda la preocupación del hombre es ser feliz y los profetas solo vinieron a enseñar los medios. Lo único que debe preocupar es vivir siendo feliz, es la búsqueda de la felicidad. La primera ley natural es la búsqueda de la felicidad. Y tómate el café de una vez que me cierran las tiendas. Odio tu manía del café caliente, decía ella, sin parar de hablar. ¿Te gusta la ropa?. Me gusta que te guste París. Otro café s'il vous plaît, pidió el viajero. Me gusta escucharte, mañana sigues saqueando París.

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