EL VIAJERO. Geografía
íntima. |
VIAJE A LA MENTIRA
A veces un hombre no es capaz de
llenar toda la vida de una mujer.
Lo único que sorprende con
la edad es que los jóvenes crean haber descubierto la rueda
ayer por la tarde y que vociferen que Sodoma y Gomorra eran calderilla
en comparación con lo que está pasando ahora. Pero en el
caso de un historiador molesta por doble razón, pues siempre ha
habido de todo, tanto en la historia reciente como en la antigua, lo que
sucede es que cada uno ha elegido su camino, porque lo único que
no han cambiado son los caminos: siempre conducen al mismo lugar. Y el
camino de la mentira siempre conduce a la desconfianza.
Antes de aquel viaje hubo una experiencia
lejana, casi en la juventud del viajero, en su primera aproximación
al mundo de los negocios. Aquello le cambió para siempre.
El viajero era el más joven
de cuatro hombres. El viajero y dos de ellos salieron de la misma ciudad
y se dirigieron a otra, haciendo transbordo en el aeropuerto, para recoger
a un gran jefe. El viajero era joven y no se atrevía a hablar en
aquellos viajes de negocios, pero escuchaba con atención lo que
decían aquellos caballeros para presumir de todo lo contrario a
la caballerosidad, lo que siempre calla un caballero.
Pasaron el día comiendo en
aquella ciudad y se disponían a coger el último avión
cuando el tiempo se complicó. Les fueron retrasando el vuelo, una
hora, otra, hasta que ya casi de madrugada les confirmaron que saldría
al día siguiente. El gran jefe les ofreció su casa para pasar
la noche.
Cuando llegaron a la casa de aquel
hombre se encontraron un fiestorro de cuidado, gente tirada por el suelo
y los sofás, botellas tiradas, y hombres que salían de su
habitación subiéndose los pantalones. De repente todos empezaron
a salir de la casa con una rapidez inaudita y sin que se intermediase una
palabra.
El viajero y los otros dos dijeron
que se iban a un hotel pero el gran jefe les insistió en que le
acompañasen toda la noche. Se quedaron hablando en el salón
toda la noche mientras que se escuchaba llorar a la esposa del gran jefe
desde su habitación. Tenía una forma de llorar peculiar,
casi histérica.
Por la mañana, el gran jefe
se disculpó para hacer dos llamadas privadas antes de volver al
aeropuerto. Una fue a su abogado y la otra a su gestor de patrimonio para
que vendiese aquella casa a cualquier precio.
Siguieron el viaje y nunca se habló
jamás de aquel asunto, ni siquiera cuando el gran jefe sufrió
un derrame cerebral años después y coincidieron en el funeral.
La ex mujer recibía los pésames muy afligida y llorando de
una forma peculiar, casi histérica.
Pasan muchos años … empieza
el viaje.
El viajero debe ir a París
para escuchar a un gran artista.
Un director de cine tiene que dar
una conferencia en París sobre una de las grandes películas
del cine mudo “El demonio y la carne” (Flesh and the Devil, EE UU, 1927)
de Clarence Brown, con Greta Garbo y John Gilbert. Inicialmente se iba
a titular “el pasado nunca se olvida”, pero ya tenía suficiente
morbo ver a la Garbo con su amante. Esta película encumbró
a Greta Garbo como el mito de “femme fatale”.
Y empezaron a hablar del psicoanálisis
de la mujer fatal, que se resume en que el hombre sabe de su debilidad
ante ellas y acaba odiando lo que ama para protegerse. Para comprenderlo
basta ver la película y las escenas en las que el marido descubre
al amante o las fidelidades rotas a favor del más rico o el más
joven.
Luego, cosas de historiadores, se
habló de cuando el Rey David dejó embarazada a Batsheba,
la mujer de Uriah, el Hitita, mientras éste luchaba en una guerra
a la que le había enviado David para que no molestase. David escribió
la siguiente carta, que entrega cerrada a Uriah para que entregue a Joab,
un general de David y superior de Uriah: "Ubica a Uriah en la línea
del frente donde el combate sea el más duro; entonces retírate
para que lo maten."
Pero el tema avanza unos siglos
y llega a Jeanne Julie Eleonore de Lespinasse (Lyon, Francia, 9 de noviembre
de 1732 – 23 de mayo de 1776) que enamoró al jovencísimo
hijo del embajador de España, el Marqués de Mora. Al chiquillo
le retuvieron dos años sin verla, pero estaba tan enamorado que
se escapó de su encierro en España. Antes de llegar a País
se enteró de que estaba con otro, todavía más joven,
y el pobre murió de pena. Al poco tiempo murió ella, unos
dicen que de remordimiento, otros que de tisis.
Y el viajero se despidió
de París tras su visita imprescindible a la maravilla que sigue
en orden al Prado, y volvió deprisa porque tenía que viajar
a la costa.
Ya en la costa el paisaje era algo
así: dos vermuts delante del viajero, una dulce otro más
amargo que seco, al lado una ensalada en un cuenco de madera, detrás
el mar y un puerto. Cae la tarde otoñal en el sur de Europa.
El viajero creía en los presentimientos
por unas experiencias asiáticas que hoy no tocan, además
sabía leer el lenguaje de los signos, descubrir la dilatación
de las pupilas por la adrenalina cuando se miente, la forma de elevar las
pupilas mientras que se inventa ... y leyó la mentira, lo único
que el viajero no podía soportar. Decía que la mentira trae
la desconfianza y esconde la codicia.
Muchos años después
el viajero dijo que a veces un hombre no es capaz de llenar toda la vida
de una mujer. La vida tiene muchas esquinas y sólo el amor verdadero
sacia toda la sed.
(Ver
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