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EL DESVÁN. 

TERAPIAS DE LA MASCULINIDAD. DOCTOR ME MANDA MI MUJER POR MACHISTA.

Cada vez son más los hombres de entre 40 a 50 años que acuden al psicólogo mandados por sus mujeres porque “son demasiado machistas”. Los casos son tan frecuentes que se han desarrollado técnicas de terapia masculina.

Las mujeres están cambiando su relación con el mundo y los hombres son conscientes de este desafío. Pero, ¿están reaccionando? ¿Cómo? ¿Qué posición están adoptando frente a las nuevas mujeres? Ante los cambios de las mujeres, ¿ellos a su vez están cambiando? Y si lo están haciendo, ¿en qué dirección? ¿Cuáles son las tendencias dominantes de cambio en los varones en el mundo actual? ¿Cuáles serían las reacciones y cambios deseables en ellos y según qué criterios? ¿Existen modos de estimular dichos cambios? 

Uno de los modos con los que se suele describir esta situación masculina es decir que los varones se encuentran en una crisis de identidad. Sin embargo, esta definición no se ciñe a la realidad, ya que las preguntas de quien siente su identidad en crisis (¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?) no son planteadas por la mayoría de los varones. Lo que sí es verdad es que actualmente hay una gran crisis, pero de legitimación del modelo social de masculinidad tradicional. Dicha crisis quita validación a muchas "verdades" masculinas, entre ellas la de la "naturalidad" de la subordinación de la mujer, lo que genera no una crisis pero sí inquietud y desconcierto a muchos varones.

Si tuviésemos que referirnos a los tipos básicos de reacción masculina destacaríamos dos extremos, los claramente contrarios, los que están a favor aprovechándose de la situación y, entre medias, una generación de cuarentones completamente desorientados. El Dr. Bonino apuntaba, hace años, en “Revista de Dones i intertextualitat” los siguientes:

a. En contra de todo cambio.

Se encuentran más frecuentemente entre los mayores de 55 años, con estudios medios, relacionados con mujeres que sólo realizan tareas domésticas, afectados por el desempleo, trabajadores no cualificados y que viven en ciudades pequeñas. Tienen un discurso androcéntrico, machista o paternalista. Reconocen que las mujeres son más autosuficientes en la actualidad, pero lo valoran únicamente si ellas no les reclaman más igualdad. Si ellas lo hacen, suelen reaccionar con ira, alejándose en actitud victimista o actuando con diversos grados de violencia para "ponerlas en su lugar", ya que ellas "atacan" los roles genéricos establecidos. Son habitualmente antifeministas, descalificadores. Suelen entender la lucha de las mujeres no como esfuerzo hacia la igualdad sino como intentos de éstas para dominar a los varones.

b. A favor, sobre todo de aprovecharse.

Son en general jóvenes, de estudios superiores, solteros, sin hijos, relacionados con mujeres que trabajan en el ámbito público y que viven en ciudades grandes. Algunos son utilitarios ya que se benefician de los cambios de las mujeres (por ejemplo que ella trabaje e ingrese dinero, o de que tenga coche y les haga de taxista) sin ofrecer nada a cambio. Son acompañantes pasivos que delegan la iniciativa en las mujeres, provocando una inversión de los roles tradicionales donde él no asume casi ningún comportamiento "masculino". Muchos de estos varones se definen como profeministas aunque lo son mucho más a nivel ideológico que práctico, creyendo mayoritariamente que la lucha por la igualdad la deben afrontar sólo las mujeres.

c. Los desorientados.

Predominan entre los que están alrededor de los 45 años, algunos en pareja con mujeres que trabajan en el ámbito público, y con hijos. 
 

A LA CONSULTA ENVIADOS POR SUS MUJERES.

Estos cuarentones desorientados son los que llegan a la consulta psicológica enviados por sus mujeres.

Se sienten desorientados, incomprendidos y desconcertados por los cambios de las mujeres a quienes ya no pueden (ni muchas veces desean) controlar. 

Viven los cambios femeninos como una pérdida de rol, reaccionando más con aislamiento o resistencia pasiva que con violencia. Muchos son resignados-fatalistas que aceptan, no sin cierto disgusto, e intentan acomodarse como pueden. 

Otros entran en crisis y a veces solicitan psicoterapia (generalmente a iniciativa de sus parejas). Casi todos se sienten cansados de las reivindicaciones femeninas, de lo que se les exige asumir y cambiar, de que no se valoren sus esfuerzos de adaptación, de no ver cuándo terminarán los reclamos. 

La mayoría creen que deben cambiar, pero se resisten a tomar iniciativas porque lo viven como pérdida de privilegios y comodidades. 

TERAPIAS DE LA MASCULINIDAD

Desarrollado a partir de los años 80 por varones preocupados por la "crisis" de la masculinidad, se fue estructurando alrededor de multitud de teorías y prácticas psicológicas utilizadas para apoyar a los integrantes del colectivo masculino en la "reconstrucción" o "redefinición" de su identidad "dañada" por los cambios sociales y femeninos.

Hay dos corrientes, apunta Bonino, que trabajan ambas sobre el aislamiento y el encierro emocional de los varones, aunque de modo muy diferenciado.

La primera corriente, la más conocida y con mayores seguidores, está especialmente influenciada por las ideas de Bly, Jung y Perls sobre los arquetipos, el psiquismo masculino, las razones de su sufrimiento y los caminos del cambio. Su trabajo se centra en abordar y disminuir los "perjuicios" del rol masculino, "cicatrizar las heridas de la masculinidad" y reasegurar la alicaída autoestima masculina. No tiene demasiado en cuenta a las mujeres (excepto como Diosa o Madre), pero valora lo "femenino", aspecto que los varones deberían incorporar para ser más plenos.

Esta corriente y el movimiento mitopoético del que proviene son mayoritarios en los ambientes no académicos. Es también la que ha producido mayores publicaciones de terapias de autoayuda para varones, y de "comprensión del comportamiento masculino" para mujeres. Estos géneros han tenido a principios de los noventa un gran boom editorial en los países anglosajones (Bly, 1990; Fisher, 1990; Kipnis, 1991; Moore y Gilette, 1991; Shapiro, 1992; Kreimer, 1994).

La segunda corriente, menos conocida, está impregnada de la perspectiva de género y de las ideas posfreudianas de la importancia de la fase preedípica en la constitución de la masculinidad. Su trabajo se centra en las dificultades de los varones para renunciar a los "beneficios" abusivos del rol masculino, en transformar la violencia (contra las mujeres y contra sí mismos), en eliminar la homofobia y en reconsiderar el sentimiento de baja autoestima masculina (producido frecuentemente por la impotencia de no poder ser "un hombre de verdad"). Tienen en cuenta a las mujeres y los malestares que les provoca el poder y la dominación masculina.

Quienes trabajan en esta corriente, así como sus publicaciones, son minoritarios en el movimiento de las terapias de la masculinidad (Scher, 1987; Bograd, 1992, Kupers, 1993). Sin embargo tienen presencia institucional (por ejemplo en la Asociación Americana de Psicología) y participan en el sistema sanitario anglosajón y francés a través de sus programas terapéuticos para varones maltratadores.

Si bien estas dos corrientes son casi antitéticas, varias personas y grupos, intentan articulaciones entre ellas. Entre ellos: las Asociaciones por el desarrollo de la paternidad -Fatherhood's groups- o algunos terapeutas anglosajones (Goldberg, 1977; Keen, 1991; Rowan, 1997).

LOS RESULTADOS.

Aceptar a la mujer como igual no es tarea fácil para los varones. 

Cambiar hacia la igualdad supone un tremendo esfuerzo: no sólo renunciar a derechos adquiridos, sino poner en cuestión sus propios hábitos, su propia identidad, su imagen de la mujer y la base de su sentido de autoestima. 

En relación a la autoestima destacan las reacciones tradicionales hacia los nuevos derechos femeninos, en especial el derecho a su sexualidad. Antes muchos hombres renunciaban al matrimonio por temor a sus responsabilidades, hoy lo hacen porque su autoestima no les permite aceptar una lista de ex - amantes que les preceden.

Es muy difícil modificar comportamientos y aceptar la igualdad con la mujer y no verla sólo como amenazante o subordinada. Ya apuntaba el Dr. Bonino que cambiar es transformar, dentro de sí y en lo social, los mitos masculinos patriarcales que actúan como poderosas resistencias al cambio e incorporar nuevos ideales. Tarea difícil, pero que desde una ética de género es el único modo de innovar y no quedar atrapado entre el mortífero inmovilismo, la nostalgia del machismo perdido o el victimismo del varón domado.
 

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