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27 de noviembre  de 2017

VIAJE A LOS COLORES DE LOS PASTORES

Esos colores que nunca se habían visto antes.

Iban paseando por las veredas de un pequeño pueblo en uno de esos días de otoño.

Unos de esos pueblos en que los ancianos miran a un peral y recuerdan que lo plantaron hace cuarenta años. Lo abrazan de una rama y dicen que es como una hija. Hombres que saben ver el secreto de los frutales, el secreto de las hijas, el fruto que trae vida nueva y semilla cada otoño.

Se encontraron con el hijo del pastor. El viajero iba distraído y ella le hizo ver que estaba su amigo. Un grito, un encuentro.

Era un hombre que conocía al viajero desde siempre, por eso le contaba esas cosas que sólo se cuentan los viajeros. 

Esas cosas que gustaba de contar el otro pastor, el padre, el que viajó al país de los monumentos, no quiso ver ninguno, pero que volvió con un color en la memoria, un color dorado de los maizales que no había visto nunca.

Ese color dorado era su mar, el hijo sintió lo mismo, pero con el color azul.

El hijo del pastor había sido de los que se quedaban en la tierra mientras que todos huían, un hombre dedicado al cuidado de sus padres mayores, responsable del ganado de la familia. Era el sabio hijo del pastor sabio.

Un día su mujer enfermó y quiso hacer lo que fuese necesario por ayudarla. La mujer sufría una depresión por la muerte de un familiar y necesitaba relajarse. El médico no lo dudó. La receta fue viajar. Nunca había salido del pueblo, pero lo dejó todo para darlo todo por su mujer. Por eso era sabio, porque sabía lo que de verdad importa.

Gastó todo lo que tenía en ir al mejor sitio. Sólo puso una condición, una ventana frente al mar.

Nunca habían visto el mar.

Llegaron al hotel y se lanzaron sobre la ventana.

Se quedaron mudos durante horas. Sin palabras ante un color, el azul.

Estaban tan inmovilizados que no podían bajar a la playa al ver el mar de cerca, a tocarlo, a sentirlo.

Sabían que si se movían el color se iría, sería otro.

Cuando recuperaron el habla ya estaban curados.

Aquel viaje lo recuerdan como su primer día verdaderamente juntos.

Desde ese viaje no han faltado a su visita a los mares, viajes siempre en barco, mares del mundo vistos con los ojos de un pastor de las montañas castellanas.

Siempre en busca de ese color azul que nunca volverá a ser tan diferente.

El viajero le dijo al despedirse que dentro de cada pastor hay un gran filósofo.
 


 

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