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30 de noviembre de 2018

VIAJE A LA ALDEA DEL NOMBRE

El sabor del agua del pilón. 

Los nombres son recuerdos de nuestros orígenes. Nos dieron la vida y con ella un nombre que tomamos prestado para pasárselo a nuestros hijos.

Dicen que la palabra que más nos gusta es nuestro nombre.

A veces nuestro nombre viene de un lugar, de una tierra, de un valle. Son los orígenes.

A veces uno espera al final de la vida para viajar a la aldea del nombre, de la palabra tan oída, la que nos ha acompañado toda la vida y que dejamos a nuestros hijos.

Si hubiese vivido el abuelo, decía el viajero, pero no era excusa para no haber ido antes a la aldea del nombre.

El abuelo del viajero decía que su nombre venía de un marinero italiano. Pero no era así, su nombre era el de una aldea minúscula en las montañas del norte.

Una aldea de unas diez casas, todas antiguas. Una aldea breve recorrida únicamente por una calle en forma de “s” que hace de carretera. Una aldea que se recuerda toda ella en una única imagen mental.

Junto al pilón, mirando a su casa solariega, agarrado a su vara de avellano, se sentaba un anciano amable. 

El viajero lo preguntó por la aldea, por nuestra aldea. Hablaron de los nombres. 

Apenas había ido en su larga vida más allá de la aldea de al lado. 

Tantos viajes, pensó el viajero, cuando todo el universo está frente a nuestra casa. 

Al cruzar el pueblo el viajero recordó y sintió al abuelo. Supo que había cumplido un deber. Le hubiese gustado llevar a otros, pero a veces las cosas llegan tarde, a veces las cosas sólo llegan cuando un viajero conoce a una viajera que le regala el viaje con el que siempre soñó.

Fueron a la única aldea cercana donde se podía comer y eligieron volver por el camino de la aldea del nombre. 

Ya no estaba sentado el anciano amable frente al pilón. Una mujer les animó a beber sin miedo el agua. Bebieron aquel agua para llenarse del lugar.

Al irse, el viajero miró atrás. Siempre se despedía el viajero con el miedo a no volver. Es triste saber que el tiempo se agota. 

Es triste saber que uno recuerda a personas y lugares que no se volverán a ver nunca. 

Se quedaba callado, como queriendo hablar sin palabras para que sus pensamientos llegasen muy lejos, muy lejos, a personas que se podían sentir olvidadas. 

Decía en voz baja que esas personas y esos lugares sabían que no olvidaría sus nombres, sus caras, sus palabras, sus risas, sus lágrimas, sus montañas, el sabor del agua del pilón. 
 


 

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