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8 de marzo de 2018

VIAJE A LOS ALMENDROS EN FLOR

Toda ella y todos sus pensamientos se habían quedado en los almendros en flor.

Ella medía los tiempos por primaveras, así que cada año hacía trampas al calendario y anticipaba su encuentro viajando al sur. 

Cuando la primavera pasaba, volvía a engañar al calendario y hacia el camino inverso hacia al norte.

Así llenaba el año de primaveras y su estación favorita se hacía perpetua. 

Estrenaron la primavera viajando a las montañas de poniente.

Cuando llegaron al destino se toparon con una plaza redonda rodeada de columnas encaladas, al fondo de la plaza una iglesia de los templarios. 

Un brujo les señaló una estatua muy curiosa en lo alto de la iglesia. Era el trasero del demonio en una de las ventanas, como si se hubiese quedado allí clavado al intentar entrar en la iglesia. 

Cuando llegaron a los campos de almendros en flor, el sol estaba en ese momento que tiñe de azul celeste el paisaje. El suelo era de color verde y amarillo, el color del jaramago.

Entre los azules y los amarillos, entre las flores blancas y rosaceas de los almendros en flor, se dejaron ir.

La tierra estaba mojada pero el día era soleado. El olor del campo de almendros lo llenaba todo.

Era el primer día de aquella primavera. La vida es muy corta cuando se mide el tiempo por primaveras, por eso ella se abrazaba a aquel momento como si fuesen los últimos instantes de la vida. Cada día de primavera era para ella el primero y el último. Todo tenía que empezar y acabar en un día de primavera.

Cerca de los campos había una fiesta de la gente del pueblo. Comieron de un caldero repleto de verdura y carne. Les dieron de beber el vino de aquella misma tierra.

Acabaron la noche en una ciudad mágica y medieval. Un lugar al que habían llegado otras veces, pero que no la habían sabido descubrir antes. Lo mismo sucede con algunas personas, nos conocemos de tiempo atrás, pero tardamos tiempo en descubrir todo su valor.

Esa noche ella arrancó una rama para conservarla en agua y plantarla en su jardín.

A la semana siguiente siguió persiguiendo a la primavera, pero ya no se fue al poniente, se fue al mar del oriente. 

Llegaron a los campos de frutales que empezaban a florecer con colores malvas. El lugar era casi desértico, rocoso, sin otra vegetación que los frutales en flor. 

Este viaje les llevó a las ruinas romanas, pero lo quisieron acabar en la playa de un desierto. Las plantas del desierto en primavera son tan verdes y tan brillantes que parecen de plástico.

El cielo estaba nublado, el viento soplaba fuerte, las olas rompían en una arena de color anaranjado, brillante pero oscuro. 

Ella sabía que el viaje se acababa y se subió al coche sin volver a hablar hasta llegar a la gran ciudad. Toda ella y todos sus pensamientos se habían quedado en los almendros en flor.
 


 

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