VIAJE AL DOLOR

Nadie recuerda a la luz del día, el miedo de la noche de la tormenta.

En muchos de los viajes el viajero se tuvo que enfrentar con el dolor.

Siempre estuvo ella cuidándole, salvándole una y otra vez la vida.

En uno de esos viajes se sintió solo, olvidado y viejo. El mayor temor de la vejez es la soledad. El mayor temor de un hombre es enfrentarse solo al dolor. Solo sin ella. Desde la madre a la mujer, desde la mujer haciendo de madre, siempre ellas en los peores momentos.

El viajero se tocaba la herida y esperaba escuchar una voz de consuelo que no llegaba.

Sólo llegaba el olvido, el silencio, el abandono, la despreocupación, la soledad de todo viajero envejecido.

Un hombre joven se hubiese tapado las heridas y se habría levantado restando importancia a lo que poca tiene. 

Al viajero viejo le faltó la gallardía, se atemorizó ante algo sin importancia, magnificó el pequeño dolor, se cegó al sentirse solo.

Necesitaba consuelo y no podía pensar en otra cosa. Nunca dejamos de ser niños buscando el consuelo tras la caída. 

En ese momento descubrió un secreto muy humano. En ese momento en que nos alcanza la enfermedad, lo daríamos todo por un poco de atención, una mano cariñosa.

Entonces comprendió lo vulnerable que era.  

Quiso romper con todo y con todos. No pudo, nunca se puede. 

El amor puede más que el daño por saber que a uno le han dejado solo en su final.

La vida se repite, me dijo el viajero. Veo en mi lo que vi antes en los que me precedieron. Tengo lo que me merezco.

Al día siguiente ya estaba bien y lo olvidó todo. Nadie quiere recordar que ante un poco de dolor se pierde la gallardía y nos llenamos de miedos.

Nadie recuerda a la luz del día el miedo de la noche de la tormenta.