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2 de agosto de 2018

VIAJE AL VERDE Y LA NIEBLA

Solo no hay viaje.

Empezaron en una catedral en la que despedían a los peregrinos que empezaban la marcha. Era una gran catedral de ciudad a la que llegaron al amanecer. Pararon en un bareto de hombres grises y solitarios que desayudaban con cazalla.  Contaban sus historias de abandono, ¡ya sabía yo que era mala!, decía uno entre toses madrugadoras. Le contestaba otro ¡es el tabaco pero …!

En estos sitios un hombre acompañado de una mujer joven comprende el valor de la compañía y el frio que hace a la intemperie.

Cruzaron pueblecitos con un románico que se fundía con los trigales. 

Subieron a la montaña. Ella empezó por llevarle a la pista forestal más alta. Metió su coche por una vereda por la que apenas cabían las ruedas y al lado un precipicio de miles de metros. El miedo se mezclaba con la niebla, el color verde brillante, el blanco de la piedra.

Se reanimaron a la bajada con sidra, orujo, olor a rio asalmonado y mar.

Durmieron en una aldea mínima. Una antigua casona de piedra impermeable al canto de los gallos. El suelo de tablones de castaño, las ventanas estrechas, la balconada al bosque, el ruido de los raposos, las hortensias gigantes, la humedad del ambiente …. Todo esto hizo que el viajero pudiese olvidar los precipicios de la montaña. Hacía siglos que no dormía así de bien.

Al despertar les esperaban días de ermitas románicas construidas en recuerdo de reyes devorados por osos. Sobre la piedra una historia, un hombre despidiéndose de su mujer para ir a cazar. Un hombre enfrentado a un oso. Tres piedras bastan para contar una historia, para una vida.

Se perdieron por los acantilados, por los caminos donde arrancaron las varas de avellano sobre las que descargar el peso del cuerpo, por las cuevas donde manaban ríos, por las cascadas entre helechos, por las playas perdidas de los acantilados.

Antes de llegar al final del camino se refugiaron de camino en un edificio gigante de granito a la espalda de una catedral olvidada. Era un pueblo pequeño cruzado por un arroyo que hacía de canal repleto de flores. Era un lugar sencillo, antiguo, ideal para la meditación y para poner distancia al ruido.

Cuando llegaron al destino de los peregrinos ella se topó con la tuna. 

Cenaron en un lugar mágico y sencillo con solitarios de todo el mundo.

Todo esto se lo regaló ella para que el viajero comprendiese que solo no hay viaje.
 


 

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