VIAJE AL FINAL DEL RÍO

Así acaban los ríos, cuando no hay una razón para seguir viajando.

Aquel viaje empezó como todos.

Ella le llamó y le dijo que no importaba donde pero que tenía que irse, que no podía más.

De camino al mar pararon a tomar una café en un castillo que cuelga sobre las hoces de un río hoy domesticado en embalse.

Siguieron el viaje y pasaron sobre el antiguo cauce de otro río que se había desviado porque tenía la mala costumbre de desbordarse.

Ahora su cauce aloja gigantes esculturas blancas que simulan ser museos.

Consiguieron alojarse en un lugar frente al mercado central que olía a cúrcuma. El viajero odiaba hacer reservas en los hoteles, quería ir siempre a la aventura, pero siempre decía “ya soy mayor, el próximo viaje reservamos”.

Cenaron en el barrio antiguo con vistas a la catedral. Era un restaurante con cuadros abstractos de artistas. Uno de ellos le recordó al viajero a un amigo que llevaba años luchando por su vida.

Por la mañana se fueron a una playa desierta a disfrutar del sol de invierno. Nadaron, comieron algo del mar y salieron corriendo a ver un castillo que nace desde la misma playa hasta coronar una gran roca montañosa. El castillo de un hombre que nunca se dejó convencer de que no era el elegido.

Otra vez sin un lugar donde dormir. 

Siguieron viajando de noche hasta encontrar un lugar y tuvieron la suerte de descubrir una ciudad medieval interior al borde de un gran río.

Al amanecer se despidieron de las piedras antiguas de la ciudad y se fueron a la desembocadura.

Era un río inmenso que habían visto nacer en las montañas del norte. Lo habían visto en su plenitud a su paso por ciudades monumentales y ahora lo veían sin ganas de seguir viajando embarrado entre los arrozales.

El viajero se adentró por los arenales como lo había hecho muchos años atrás en otro delta al otro lado del mundo. Las desembocaduras de los ríos siempre nos recuerdan el final de todo y la auténtica medida de lo que vivimos.

Pero entonces le vino a la memoria aquel refrán del arroz: “con la tristeza ocurre como con el arroz en la despensa, si se saca un cesto lleno todos los días acaba por terminarse”.

Ella había sabido sacar todos los cestos de tristeza que lo llenaban todo cuando llegó.

Se despidieron del viaje atravesando un interminable desierto helado de alta montaña que finaliza en una ciudad muy pequeña con cuatro inmensas torres. Bajo una de ellas hay dos momias, un joven y una doncella que murieron a la vez porque no pudieron resistir perderse el uno al otro, que es como quedarse sin razones para seguir viajando.

Entonces el viajero se recordó paseando por el delta y le dijo a ella que así acaban los ríos, cuando no hay una razón para seguir viajando.