VIAJE AL PADRE DE CANITO

Se quería casar y quería vivir en el fondo del mar.

Hay un tiempo en el que el padre está arriba, doblando la cabeza en la nuca, mirando a lo más alto. Allí hay un corbata y encima de ella la cara del padre.

Hay un tiempo en que todo niño tiene pánico a no ser hijo de ese padre que lo es todo para el niño.

¡A ti Canito te dejaron unos …! Y Canito lloraba sin consuelo en las noches de verano, apiñados en el metro y medio de terraza que daba a la calle. ¡Pero si es una broma, Canito!

Hay un tiempo en que uno descubre de repente todas la mentirijillas que se cuentan a los niños sobre un ratón llamado Pérez. Ese día el niño pregunta a la madre si el resto de las cosas en que nos mandaban creer a ciegas son tan reales como Pérez.

Hay un día en que el padre siempre tenía razón. La mano con la que nos llevaba era el único faro en el que confiar. Nunca había miedo cogido de la mano del padre. Por las noches se dormía de un tirón sin que nos despertasen los miedos y las pesadillas.

Decía el viajero que sólo durmió bien de niño.

El padre era joven, poderoso, corría a por las pelotas, tenía una fuerza increíble, era tan feliz que lo contagiaba.

Todavía hoy, en la vejez del viajero, recuerda esos momentos con un telón de fondo de color verde, son los cientos de pinos del parque de los domingos. 

Todavía hoy, cuando cierra los ojos, ve a su padre con el pelo de color negro, sin una arruga, enfundado en un traje de color extraño para llevar a su hijo a hacer la primera comunión.

Cuando el viajero mira a la montaña, ya sabemos que no está aquí, que está con él, que está en entonces, y escucha una voz que canturrea: Canito ven. …. se quería casar y quería vivir en el fondo del mar. Las cosas que le escribía con un lápiz sobre una cuartilla de papel blanco inmaculado y grueso.