VIAJE A LAS PESADILLAS

El miedo que nos persigue.

Lo mejor de los viajes es que nos agotan y caemos rendidos. Se duerme de un tirón y no hay pesadillas, decía un viajero ojeroso.

Las pesadillas le llegaban a varias horas. A las 3 de la mañana, a las 5, a las 6.

Volver a dormirse después de una pesadilla era tarea imposible para el viajero.

Las pesadillas que nos despiertan son las peores porque se recuerdan y se reconoce en seguida el miedo que esconden.

Los miedos están siempre rondando por la cabeza, pero durante el día están atados en rediles de los que no se los deja escapar.

Cuando llega la noche se baja la guardia y saltan de sus rediles a los sueños para apoderarse de ellos.

Se disfrazan de perseguidores que nos obligan a huir, de grandes bocas llenas de gigantescas espinas por las que debemos escapar, de precipicios desde los que caemos.

Decía un torero que se despertaba cada noche porque soñaba que le perseguían todos los toros a los que había matado.

Un empresario soñaba que le rodeaban miles de bocas abiertas y que no podía llenarlas.

Las peores pesadillas son las que nos llevan a los momentos peores de nuestras vidas. A los fracasos, a los momentos de sufrimiento, de impotencia y de derrota. Pasan los años y las heridas no cicatrizan. Se disfrazan de pesadillas y salen a pasear por la noche. El miedo que nos persigue.