VIAJE A LOS ARENALES DEL RÍO

Como siempre, sin rumbo, a lo que salga.

Se pararon para ver los trigales, los girasoles y los maizales. 

De camino pararon en castillos y catedrales hasta llegar a una ciudad que tiene amor desde la z a la a. 

Durmieron junto a un patio románico.

Se levantaron y fueron hasta un lago que nace de un antiguo glaciar. Nadaron, comieron en una joya medieval pegada a los acantilados del río del vino y llegaron a una ciudad que tiene termas en la calle. El agua manaba a 70º en la fuente y quemaba. Entre paseo y paseo un baño termal. 

Por la noche, el pulpo y las callejuelas de la catedral a media luz.

Al día siguiente volvieron a ser peregrinos en la ciudad donde todo es piedra mágica. Una ciudad que es un destino.

Durmieron junto a un claustro.

Cruzando las rías, lenguas de mar que se adentran en la tierra, alcanzaron el río del vino, visitaron sus fortalezas medievales y descansaron paseando por el gran arenal de la desembocadura.

Visitaron otra ciudad con nombre de vino. Otra vez, ríos y vino.

Cenaron junto al río. Quesos y bacalao a ritmo de fados mirando un inmenso puente de hierro sobre el río del vino. Ríos y vino.

Al día siguiente visitaron bodegas y volvieron a las rías y a los arenales.

Acabaron paseando por los arenales de una playa abierta al océano. Las nubes eran grises y frías. Venía la lluvia y se subieron al coche. Como siempre, sin rumbo, a lo que salga.