VIAJES A LOS CONSEJOS A LOS HIJOS

¿De qué sirven los consejos a los hijos?

Estaban en las fiestas de un pueblo. En el centro de la plaza, frente a la banda de música. 

El viajero estaba esperando unos pasadobles que nunca llegaban.

El viajero quería concentrarse en bailar, pero es que no podía. 

Justo al lado de la orquesta había una abadía románica con su torre iluminada y luciendo unos colores oro de piedra caliza que, sin querer, le giraban la cabeza y las ideas.  

Ella le volvió a girar la cabeza y las ideas y las colocó en su debido sitio, frente a ella. Y bailaron.

Justo delante de la orquesta, en primera fila, había una pandilla de verano de esa edad perfecta en la que se sale de la niñez para estrenar la primera juventud. La edad del primer beso.

Se les acercó la madre de una de las niñas. La niña parecía una princesita vikinga con sus dos largas trenzas rubias a los dos lados de la cabeza.

La madre besuqueó a todos los de la pandilla, que dejaron de bailar para cumplir cortésmente con la madre de la niña, y que seguramente les había preparado la merienda muchas tardes. 

¡Qué pesada! Se decían unos a otros. 

Después de dar la lata a todos ellos, cuando ya parecía que por fin se iba, el ojo materno, que todo lo ve, descubrió una bolsa sospechosa en el suelo. Se acercó y apareció el alcohol.

Nada, esto es de uno que lo ha traído, pero nosotros ni probarlo, le contestó la princesita vikinga con cara angelical.

Menos mal, le dijo, y la buena madre se lo creyó con la misma convicción con la que todos los padres del mundo creen a sus hijos, así que se dio la vuelta respirando tranquilidad y confianza a pleno pulmón. 

No había andado diez pasos de felicidad maternal, cuando la princesita vikinga se acercó a la bolsa y sacó una botella de ginebra para repartir.

Entonces al viajero se le ocurrió lo mismo que pensarían todos los padres del mundo: ¿de qué sirven los consejos a los hijos?