VIAJE A LA JUVENTUD CONTAGIADA

You make me feel so young

La mejor crema antiarrugas, unas buenas gafas de sol, le dijo el viajero tras unas gafas marrones de sol en un día sin sol.

Ella se reía como sólo reía ella. Cuando reía como sonriendo, en silencio, ya era perfecta. Si las mujeres supiesen lo guapas que están mientras ríen no se maquillarían.

El viajero envejecía pero disfrutaba viendo como el tiempo no pasaba por ella.

Un buen día el pelo se nos vuelve blanco. Al principio uno se quiere engañar pintándolo de un color negro brillante que es tan increíble como las monedas de chocolate de los niños con las que pretenden comprar sus chuches. 

Pronto uno abandona y empieza a decir que las canas son interesantes.

Luego uno se corta el pelo al cero con la esperanza de que la siguiente cosecha cambie de color.

Un día aparecen rayas horizontales que arañan toda nuestra frente. Otro día un gato parece haber caminado por nuestros ojos dejándolos llenos de arañazos. Otro día las rayas ya son verticales y dan a la cara la imagen una cuadrícula de líneas horizontales y verticales.

Por eso las gafas de sol se clavan a la cara con tornillos.

Pero ojalá sólo fuesen las arrugas. El cuerpo también se arruga. Uno se fatiga. Las cuestas se vuelven cimas como el Everest. Y las ganas, la curiosidad, el deseo de vivir, todo se va arrugando con los años.

Nos hacemos viejos pero no queremos reconocerlo. 

Y es entonces cuando llegaba ella con su juventud, con su sonrisa permanente, con sus ganas de coger el coche y subirse a todas las montañas y bajar a todas las orillas.

Y el viajero se dejaba contagiar. Se ponía las gafas de sol y se le borraban las arrugas. Volvía a ser viajero y susurraba una canción al oído de su joven salvadora: You make me feel so young.