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EL VIAJERO. Geografía íntima.

SOLUS TIBI

Viaje al corazón del Barroco, a la geometría mística que encierra ...

Cicerón decía en de officiis, “non nobis solum nati sumus” (no nacemos para nosotros mismos), pero el viajero sustituyó el “no nobis” por el nombre de ella. En su mano apretada había una antigüedad, era la llave del jardín de un príncipe del Barroco. En su inscripción se podía leer “Solus tibi”, (solamente para ti). Esa llave la debía tener ella, pero el destino no sabe de latín ni de justicia, así que el viajero vivía esperando. “Solus tibi”. Lo que se hace mientras se espera no cuenta, lo que cuenta es la espera. Lo que cuenta era la llave. La llave que en su inscripción se podía leer “Solus tibi”, (solamente para ti). Era la única forma de vengarse del destino.

El viajero necesitaba volver a Castilla. Empieza el viaje.

Algunas personas llenan nuestras vidas y otras las vacían, decía el viajero, pero la verdad es que no tenía paciencia. Lo justificaba diciendo que lo primero que se pierde con los años es la paciencia, que es como reconocer que todavía quedan muchos libros por leer y cada vez menos tiempo. No se puede perder un minuto con los bestsellers, hay que volver a releer los clásicos. Lo cierto es que los que no tienen paciencia es que no la han tenido nunca.

La ventaja de las personas que no escuchan es que siguen pensando e hilvanan palabras sueltas que oyen, sin poder evitarlo, con sus ideas. Esto sí que es egocentrismo en estado puro. Mientras tanto, una mujer sin nombre que creía ser escuchada,  presumía de aquellas fiestas de disfraces, las que eran de verdad, en las que había de todo mientras que el viajero vivía aislado entre sus libros, sus viajes y su mundo. El viajero abría puertas, las de salida claro.

En medio de una fiesta discotequera se paró la música para dar entrada al flamenco. Allí estaba el viajero rodeado de extranjeros, diplomáticos, científicos, viajeros, una colección interminable de guiris. Los quejidos flamencos apenas se oían y la bailarina se esforzaba con su taconeo. Los extranjeros reían, hablaban, no entendían ni veían, el escenario era un despropósito pero se trataba de ofrecer topicazos en lugar de enseñar. La diferencia entre hacer turismo y viajar. Pero esta situación surrealista le llevó al viajero a pensar en el corazón, ese corazón encerrado, el del barroco. El pobre grupo flamenco era un corazón encerrado en una discoteca llena de gente que no hablaban español ni entendían una palabra de flamenco. 

Mañana barroco, dijo el viajero. Mañana murallas y corazones barrocos.

Al día siguiente se acercaron, de paso, al Escorial para revisar unas hojas del manuscrito de la gran mujer que no fueron recogidos en la edición por Fray Luis del León. En aquel texto se reflejaba el matrimonio del siglo XVI como una condena, una sumisión, y la religiosidad femenina era la única salida a aquella esclavitud. Uno de los que acompañaban al viajero era sociólogo y sacó el tema de la renuncia a la maternidad en el barroco para librarse de la servidumbre hacia el marido y lo relacionó con la actual renuncia a la paternidad para librarse de una paternidad mutilada de fines de semana alternos.

Cuando llegaron a la ciudad castellana amurallada, un cardiólogo alemán empezó a diagnosticar lo que había sucedido con un corazón momificado de la gran mujer. Hablaba de lo que se ve, del miocardio, de todo lo que no habla el Barroco. ¿No ves que el corazón es la metáfora del Barroco?, le dijo el viajero. ¿No ves que esta mujer está más viva que la de los disfraces?.

Ya en época del Barroco se descubrió que el corazón era un centro de circulación de fluidos con una especie de puertas que abren y se cierran, pero prefirieron pensar en unas puertas que se abrían y se cerraban a los sueños. Puertas que se abren, puertas que se cierran, puertas para entrar, puertas para salir.

Ya sabían que el corazón tenía dos partes, pero un poeta de la época dejó escrito que templaría sus dos partes del corazón para que una mitad aborreciese a la mujer que fue amada, aunque la otra mitad siguiese queriéndola.

¿Entonces de qué estaba lleno el corazón?, preguntó el cardiólogo. Y el viajero le respondió que el corazón del Barroco sólo se llenaba de sueños. El corazón era el centro de todos los afectos, el tesoro protegido, la ventana … Desde la antigüedad, en Grecia, se quería que el corazón fuese transparente para descubrir la verdadera condición humana. Pero el Barroco era todo menos transparente, era la máscara, el sombrero inmenso que cubría el rostro, la capa que ocultaba. El Barroco era el misterio y el corazón encerraba su mayor misterio, el yo. El Barroco de la apariencia, no de lo que se es, del ser, sino de ser percibido. 

El corazón de aquella gran mujer, que había sido hermosa, que se confesó literalmente en la cincuentena diciéndose “hermosa y no callada”, era el corazón de una mujer que renunció a un primer amor sin la certeza de querer una vida religiosa, pero con el deseo de no ser sometida, de seguir siendo ella misma, dueña de sus palabras.

Su confesor, Francisco de Ribera, trazó así el retrato de Santa Teresa:Era de muy buena estatura, y en su mocedad hermosa, y aun después de vieja parecía harto bien: el cuerpo abultado y muy blanco, el rostro redondo y lleno, de buen tamaño y proporción; la tez color blanca y encarnada, y cuando estaba en oración se le encendía y se ponía hermosísima, todo él limpio y apacible; el cabello, negro y crespo, y frente ancha, igual y hermosa; las cejas de un color rubio que tiraba algo a negro, grandes y algo gruesas, no muy en arco, sino algo llanas; los ojos negros y redondos y un poco carnosos; no grandes, pero muy bien puestos, vivos y graciosos, que en riéndose se reían todos y mostraban alegría, y por otra parte muy graves, cuando ella quería mostrar en el rostro gravedad; la nariz pequeña y no muy levantada de en medio, tenía la punta redonda y un poco inclinada para abajo; las ventanas de ella arqueadas y pequeñas; la boca ni grande ni pequeña; el labio de arriba delgado y derecho; y el de abajo grueso y un poco caído, de muy buena gracia y color; los dientes muy buenos; la barba bien hecha; las orejas ni chicas ni grandes; la garganta ancha y no alta, sino antes metida un poco; las manos pequeñas y muy lindas. En la cara tenía tres lunares pequeños al lado izquierdo, que le daban mucha gracia, uno más abajo de la mitad de la nariz, otro entre la nariz y la boca, y el tercero debajo de la boca. Toda junta parecía muy bien y de muy buen aire en el andar, y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban comúnmente aplacía mucho.
Pasaron la tarde con unas mujeres que habían entregado su vida a una religiosidad pasada, incomprensible en este tiempo. Les contaron las anécdotas de aquella amiga de la santa, aquella que fue perseguida hasta el convento por su pretendiente, aquella que se mojaba la cara y se pasaba las horas frente al sol para perder su belleza y amortiguar la insistencia del buscadotes, aquella que acabó de abadesa …

Luego, sin tener idea de donde iban, atravesaron Castilla en dirección a Soria hasta pararse en el lugar que hay de camino, la joya olvidada, y el viajero les señaló la tumba de aquel noble que dejó escrito que le arrancasen el corazón a su muerte, lo envolviesen en un texto con las palabras sagradas, y lo volviesen a dejar en su sitio para ser enterrado. Era el corazón barroco, la geometría mística que encierra el alma.

¿Entonces la máscara es el escudo del corazón?. ¿Cuándo se abre el corazón se desnuda el alma?. 

El viajero no respondió, metió la mano en el bolsillo y apretó con fuerza una llave antigua. Era la llave del jardín de un príncipe del Barroco. En su inscripción se podía leer “Solus tibi”, solamente para ti. Era la llave que nunca volvió a regalar porque hay jardines que sólo florecen una vez y el suyo solo lo hizo cuando ella, que siempre quiso ser ella y no un trozo de él, le aceptó para ser dos y dar vida al futuro. “Solus tibi”. 

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